Ciudad Paraíso, reino de Megara - Cooper's Village
Tras la conversación con su madre, la princesa Rose hizo lo mas sensato que se le ocurrió. Tomó un carruaje y viajó hasta la residencia del conde escoltada por varios soldados y por Lady Felicia White, los primeros para protegerla de cualquier enemigo, y la segunda para evitar que cayera en la tentación masculina.
Como si Ferdinand Cooper y su prominente barriga despertaran algo en ella, ademas de desprecio.
Su abuelo había sido claro cuando la despidió en la entrada del palacio, mirándola con esos ojos controladores y fríos como nevada de invierno. Pasaría en Cooper's Village el fin de semana, se disculparía por todas las molestias ocasionadas, le entregaría a Ferdinand algunos obsequios y hasta lo deleitaría interpretando para él una pieza en el piano.
Después de eso, aseguró el viejo Craig, no habría forma de que el conde no pidiera su mano.
Y no es que Rose no pudiera resultar convincente cuando se lo proponía, hombres se hincarían ante ella con solo regalarles una buena mirada. El problema era que detestaba que la obligaran a hacer cosas.
La residencia del conde como su nombre lo indicaba, era una llamativa edificacion en el centro de una pintoresca villa, sitiada por una muralla y abundantes plantas, tantas que de cierta forma el aire se percibía diferente.
Al verla, Rose entendió a lo que se refería el viejo hombre cuando le propuso hacer un jardín compuesto solo por rosas. La idea, de hecho, era maravillosa, excepto por la parte en que debían dormir el uno al lado del otro.
—Ante ustedes, el conde Ferdinand Cooper —Anunció un vocero, al tiempo que se abrían las enormes puertas principales de la edificación.
Lady White se enderezó en su posición y estiró la mano derecha para propinarle un pequeño golpe a la princesa en la espalda, al nivel de la cintura, para que corrigiera su postura. Rose reaccionó de inmediato irguiéndose.
—Sonría —Le ordenó también la institutriz.
Entonces extendió los labios y sus dientes brillaron como perlas que le adornaban el rostro.
Ferdinand atravesó las puertas, con un paso más bien torpe y aletargado. Aquel día llevaba los escasos cabellos rojizos bien peinados hacia atrás y la barba recién cortada.
Era un hombre grande, tan grande que Rose se preguntó cuanto oro habría hecho falta para fabricar el cinturón de medallones que le entornaba la cadera.
Bueno, pensó, si podía costear cinturones de ese tamaño, por lo menos quedaba claro que era obscenamente rico.Y no es que por eso ella fuera a cambiar de opinión, pero al César lo que es del César. ¿A que mujer no le gustaban los diamantes?
—Mi respetable señor —Saludó inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Princesa —Ferdinand correspondió descuidadamente a su saludo, con una inclinación de cabeza.
Sus ojos azules lo fulminaron al instante, aún cuando la sonrisa de muñeca que tenía en los labios permaneció intacta. ¿Como se atrevía a saludarla de una forma tan irrespetuosa? Sí, lo apuntó con un cuchillo, pero él seguía siendo un conde y ella su princesa.
Por menores ofensas emperadores habían decapitado hombres en el pasado.
—¿A que debo el placer de su visita? —Preguntó sin esforzarse en ocultar el fastidio que le tenia desde su rechazo.
—¿No me invita a pasar antes de comenzar a interrogarme, mi Lord? —Levantó ambas cejas.
Lady White carraspeó, ya había olvidado cómo era intentar controlar a la obstinada princesa.
ESTÁS LEYENDO
OSBORNE: El destino de una dinastía
Fiksi SejarahMaylea parte de casa con dos objetivos en mente, el primero conquistar a un hombre noble y el segundo salvar a su familia de la desgracia, mas pronto descubre que su camino al altar estará lleno de obstáculos y trampas; que la capital es un lugar ho...