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Ciudad de Ark, reino de Zoren - Catedral Magna

Maylea supo desde el principio que su boda seria extraña, un mero espectáculo en el que debía convencer a centenares de personas que el hombre que mas detestaba en el mundo era el amor de su vida, sin embargo no habría imaginado jamas, que él la fulminaría con los ojos durante toda la ceremonia.

Y es que desde que puso la punta de sus tacones sobre la alfombra dorada que tapizaba el camino nupcial del brazo del rey Edmun, quien muy cordialmente había accedido a entregarla, Lucien no dejó de lanzarle miradas asesinas. Aquel día ni siquiera parecía capaz de fingir que sonreía, sus labios estaban sellados y convertidos en una linea, como si lo que estuviera por suceder fuera una sentencia de muerte y no una fiesta.

Probablemente las sospechas de su tía eran ciertas y él, de alguna forma había descubierto la verdad sobre ella, pero ¿Acaso eso le molestaba tanto? Se preguntó mientras avanzaba por la alfombra.

¿No tenían los Osborne suficiente dinero como para pudrirse en él? ¿Por qué Lucien había golpeado armaduras y floreros al descubrir que ella no era una Jonsdotter? Los Varlett también tenían honor, y ademas poseían un titulo nobiliario.

Sí, era cierto que tenían una pila de deudas pero eso no los convertía en unos miserables. Al menos no aun.

En el altar ya se encontraban formados Theo y Katlyn, que habían ingresado primero a la iglesia. En medio de ellos se ubicaba el monseñor, quien se encargaría de unir a ambas parejas, para luego realizar la tan esperada coronación de los jóvenes Osborne. Para el final de aquel día Rhiannon tendría un nuevo emperador y Eskambur el rey más joven de su historia.

—Les deseo a ambos un futuro lleno de triunfos —Dijo la voz ronca del rey Edmun cuando se detuvo frente al príncipe.

—Claro —Contestó el recibiendo la mano enguantada de Maylea.

La ira en sus ojos también podía percibirse en cada una de sus palabras.

—Queridos hermanos, estamos hoy reunidos en la catedral, para unir bajo la fe de nuestros dioses la vida de estos jóvenes enamorados —Comenzó a decir el monseñor.

El resto de la ceremonia se dio de forma casi mecánica, pues Lucien parecía una de esas armaduras huecas que usaban para decorar los pasillos del palacio. Estático e inexpresivo, no daba respuestas que implicaran formular mas de dos palabras, incluso cuando se levantó del suelo convertido en rey, con la enorme corona de su padre sobre la cabeza y le pidieron decir unas palabras, se limitó a dar las gracias.

Theo en cambio habló por un largo rato, contó un par de anécdotas de su infancia, entre ellas aquel primer instante en el que soñó con convertirse en emperador de Rhiannon y también dedicó unas cuantas palabras a su nueva esposa, quien no dejó de sonreír en ningún instante.

Maylea también sonrió, en especial cuando recorrieron las calles de la capital en las carrozas, agitando la mano para saludar a los pueblerinos, que vitoreaban y gritaban frases alegres cuando les veían pasar. Aquella sensación, completamente nueva y extraña, le pareció también increíble; pues nunca había sido admirada, ni su nombre había emergido de tantas voces al mismo tiempo.

Poder, la palabra que mas había mencionado la reina Leonor la noche anterior cuando apareció en su habitación, era real y ya comenzaba a sentirla. Quizás porque llevaba en la cabeza la corona con incrustaciones de diamantes que ella le había obsequiado, o porque su vestido era tan pomposo como sublime, no lo sabia, así como tampoco sabia como lidiaría con Lucien.

—Es la primera vez —Dijo mirándola de soslayó.

—¿Uh? —Maylea despegó los ojos de la multitud que los rodeaba para posarlos sobre él, a esas alturas sus cabellos ya no estaban tan bien peinados y algunos botones de su chaqueta se encontraban desabrochados.

OSBORNE: El destino de una dinastíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora