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Ciudad de Attos, reino de Eskambur - Grant Palace

La vida era buena casi todo el tiempo y cuando no lo era, siempre quedaba el alcohol. Recurso en el que, el nuevo heredero al trono de Rhiannon no dudo en refugiarse cuando las cosas que pasaban a su alrededor le resultaron demasiado abrumadoras.

Hacia 20 días que había abandonado la capital en compañía de su esposa, su madre, Sir Iliam y varias cuadrillas de hombres. Por voluntad propia, pero escoltado y vestido con una armadura de acero cubierta por filigranas, como si fuese un enemigo en el patio de su hogar.

Y es que según el general Jonsdotter, Lucien era eso ahora. Ante los ojos de Theo, los Craig y cualquiera de las familias en el imperio que sí los apoyaba; por lo que resultaba urgente qué se alejara del palacio imperial.

Aquellas brillantes torres de ladrillo blanquecino quizás lo vieron crecer, pero estaban repletas de empleados y amigos de su primo. Personas que no dudarían en envenenar su vino o cortarle la garganta mientras se bañaba, por algo de oro. Eskambur en cambio era su territorio, un lugar más pequeño y también mas fácil de controlar, en especial si estaba custodiado por los guardias civiles del general.

Era extraño, pensó Maylea los primeros días que lo vio entrar a la habitación en medio de la madrugada, tan borracho que tenían que cargarlo entre dos guardias. Era muy extraño que la idea de ser emperador lo tuviese tan afectado.

¿A qué le temía en realidad? ¿A caso gobernar y tener poder no era el sueño de la mayoría de los hombres?

¿Por qué el suyo no? Habría querido preguntarle, pero no lo hizo para evitar que tuvieran una pelea. Después de todo, su queridísimo esposo ya había discutido con todo el mundo en Grant Palace. Con su madre, con Sir Iliam y hasta con el amable Lord Gregory.

Razón por la que todos decidieron darle su espacio. Maylea hasta optó por regresar a sus antiguos aposentos, esos que usó la primera vez que llegó al palacio, cuando estaban recién casados y Lucien no podía soportarla.

Sin embargo, aquel día pensó que todo cambiaria, pues era el mismísimo Victor de Osborne quien osó entrar al estudio de su esposo aquella mañana.

Era muy temprano, tan temprano que el sol acababa de asomarse en el alba, pero el joven de cabellos negros y ojos grisáceos ya se encontraba bebiendo. Sentado en el borde de su escritorio, con una botella de whisky casi vacía contra el pecho.

—Tienes buena pinta —Dijo sarcástico el antiguo rey. Reparándolo con la mirada.

Lucien levantó la cabeza con rapidez, en un solo movimiento, como quien esta a punto de quedarse dormido y despierta de un golpe.

—Padre —Se levantó a cómo podía del escritorio.

Pero tambaleando tanto, que Victor temió que en cualquier instante se fuera de bruces contra el suelo.

—¿Qué crees que estas haciendo? —Preguntó sujetándolo del cuello de la camisa maltrecha para arrastrarlo con brusquedad hasta una silla.

—¡Con cuida...do! —Exclamó el moreno —. ¿O no ves que estas hablando con el maldito heredero de Rhiannon? —Se rió agitando la botella de Whisky en el aire.

—Lo que veo es un niño, uno que ni siquiera se parece a mi hijo.

En esa ocasión fue Victor quien se sentó sobre el escritorio para que pudieran quedar frente a frente. Había viajado durante horas, sin hacer pausas para bañarse o dormir y aun así lucia mejor que Lucien.

El muchacho tenia la ropa sucia, manchada de una mezcla entre el barro y la sangre; hematomas en la cara como señal de que se había involucrado en uno que otro pleito y tanta tristeza en los ojos, que logró preocuparlo.

OSBORNE: El destino de una dinastíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora