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Maylea la vio quitarse la capucha de la cabeza para despejarse el rostro, los cabellos dorados le cayeron a ambos lados del cuello como una cascada y esos ojos azules, brillantes como zafiros que se te incrustaban en la piel, la miraron detenidamente.

No estaba sorprendida de verla allí. ¿Y cómo iba a estarlo? Se preguntó la doncella, ¿Cómo si probablemente era ella la artífice de todo esa estratagema?

—Lady Varlett —La saludó Katlyn con los hombros hacia atrás y el mentón en alto —. Nos volvemos a encontrar.

—Lo dice casi como si se tratara de una coincidencia —Contestó Maylea con amargura.

—Oh, ¿A eso a sonado? —La rubia enseñó todos los dientes en una sonrisa impostada —. Me disculpo. Ambas sabemos que no fue el destino el que nos trajo hasta aquí.

—No, claro que no —Agitó la cabeza y dio un paso al frente —. Fue usted y su deseo de ser emperatriz —Aseguró comenzando a alterarse —. Porque va a pasar por encima de cualquiera hasta lograrlo, ¿Verdad?

Maylea la miró con odio, o con lo más parecido a ello que había sentido en la vida. Pues en el pasado, nunca había llegado a odiar a nadie.

—Suficiente —Intervino una ronca voz masculina antes de que aquella afrenta pudiera escalar aun mas.

La de Varlett giró el rostro para mirar al hombre que hablaba, el cual hasta ese momento se había mantenido escondido bajo su capa negra. Pero entonces tomó la decisión de comenzar a caminar rumbo al trono que destacaba en el podio.

Las personas a su espalda se movieron tras él como sombras en un silencio casi irreal.

—¿Comenzamos? —Preguntó quitándose al fin la capucha, para después sentarse.

Maylea sintió como un hilo frio de sudor se le deslizo por la frente en cuanto vio su rostro, e intentó entender qué demonios estaba pasando.

¿A caso había perdido la cabeza? Se preguntó, con cada vez menos aire en los pulmones y más latidos frenéticos en el pecho. Llevó ambas manos hasta su rostro y se frotó los ojos con la energía propia de un niño que se acaba de levantar tras horas de sueño, a ver si así se aclaraba el panorama.

Pero sin importar cuándo se frotase los párpados, el emperador Vincent continuaría ahí, a metro y medio de distancia de la punta de sus zapatos. Respirando, hablando y caminando; peor aun, ocupando un trono distinto al de Rhiannon.

¡Ayudando a los rebeldes! ¿O liderándolos?

Ella no lo sabia, todo era demasiado confuso. Y solo fue a peor cuando el resto de los integrantes del conclave revelaron sus identidades y descubrió que una de ellas era la de su tía, Lady Galea Jonsdotter.

Aquello fue cómo caerse desde el filo de un precipicio, pues la realidad resultó tan increíble como estupida.

Levy, quien al igual que su hermano y su amigo había permanecido en silencio desde la llegada del conclave; miró a Maylea de soslayo y alcanzó a anticipar que se caería cuando vio la manera en que le temblaban las rodillas. Sin embargo no se movió ni un centímetro, después de todo ella no era su problema, al menos no todavía.

—¡May! —Exclamó Lady Galea en el instante en que vio a su sobrina derrumbarse.

Entonces corrió a auxiliarla con la ayuda de Skailer.

Maylea apoyó ambas manos en el suelo para evitar que su cara entrara en contacto con la agreste tierra, intentó incorporarse, pero sintió que alguien la sujetaba por la muñeca izquierda.

—¡No! —Exclamó al notar que era su tía — ¡No se atreva a tocarme! —Sollozó incapaz de contener más las lagrimas.

Se sentía como un pequeño y tembloroso animal, sitiada por enemigos, vulnerable y lo mas importante, impotente. Pues no había una sola cosa que pudiera hacer para abandonar ese maldito lugar.

OSBORNE: El destino de una dinastíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora