Capítulo Xlll: El baile de navidad

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A pesar del sinfín de deberes que les habían puesto para Navidad, a Harry no le apetecía ponerse a trabajar al final del trimestre, y se pasó la primera semana de vacaciones disfrutando todo lo posible con sus compañeros (por más que Fiorella y Hermione le insistían que era mejor hacer los deberes ahora que acumularlo para el final). La torre de Gryffindor seguía casi tan llena como durante el trimestre, y parecía más pequeña, porque sus ocupantes armaban mucho más alboroto aquellos días. Fred y George habían cosechado un gran éxito con sus galletas de canarios, y durante los dos primeros días de vacaciones la gente iba dejando plumas por todas partes. No tuvo que pasar mucho tiempo, sin embargo, para que los de Gryffindor aprendieran a tratar con muchísima cautela cualquier cosa de comer que les ofrecieran los demás, por si había una galleta de canarios oculta, y George le confesó a Harry que estaban desarrollando un nuevo invento. Harry decidió no aceptar nunca de ellos ni una semilla de girasol. No se le olvidaba lo de Dudley y el caramelo longuilinguo.

En aquel momento nevaba copiosamente en el castillo y sus alrededores. El carruaje de Beauxbatons, de color azul claro, parecía una calabaza enorme, helada y cubierta de escarcha, junto a la cabaña de Hagrid, que a su lado era como una casita de chocolate con azúcar glasé por encima, en tanto que el barco de Durmstrang tenía las portillas heladas y los mástiles cubiertos de escarcha. Abajo, en las cocinas, los elfos domésticos se superaban a sí mismos con guisos calientes y sabrosos, y postres muy ricos. La única que encontraba algo de lo cual quejarse era Fleur Delacour.

— Toda esta comida de «Hogwag» es demasiado pesada – la oyeron decir una noche en que salían tras ella del Gran Comedor (Ron se ocultaba detrás de Harry, para que Fleur no lo viera) –. ¡No voy a «podeg lusig» la túnica!

Fiorella negó con la cabeza mientras suspiraba.

— ¡Ah, qué tragedia! – se burló Hermione cuando Fleur salía al vestíbulo –. Vaya ínfulas, ¿eh?

— ¿Con quién vas a ir al baile, Hermione?

Ron le hacía aquella pregunta en los momentos más inesperados para ver si, al pillarla por sorpresa, conseguía que le contestara. Sin embargo, Hermione no hacía más que mirarlo con el entrecejo fruncido y responder:

— No te lo diré. Te reirías de mí.

Fiorella siempre miraba a Ron y sonreía con burla.

— ¿Bromeas, Weasley? – dijo Malfoy tras ellos –. ¡No me dirás que ha conseguido pareja para el baile! ¿La sangre sucia de los dientes largos?

— Como te gusta meterte en lo que no te importa, Malfoy – espetó Fiorella, girándose a verlo.

Harry y Ron se dieron la vuelta bruscamente, pero Hermione saludó a alguien detrás de Malfoy:

— ¡Hola, profesor Moody!

Malfoy palideció y retrocedió de un salto, buscándolo con la mirada, pero Moody estaba todavía sentado a la mesa de los profesores, terminándose el guiso.

— Eres un huroncito nervioso, ¿eh, Malfoy? – dijo Hermione mordazmente, y ella, Harry, Fiorella y Ron empezaron a subir por la escalinata de mármol riéndose con ganas.

— Hermione – exclamó de repente Ron, sorprendido –, tus dientes...

— ¿Qué les pasa?

— Bueno, que son diferentes... Lo acabo de notar.

— Claro que lo son. ¿Esperabas que siguiera con los colmillos que me puso Malfoy?

— No, lo que quiero decir es que son diferentes de como eran antes de la maldición de Malfoy. Están rectos y... de tamaño normal.

Hermione y Fiorella se miraron sonriendo, para luego mirar a sus dos amigos. La castaña les dirigió una sonrisa maliciosa, y Harry también se dio cuenta: aquella era una sonrisa muy distinta a la de antes.

La prometida de Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora