Capítulo IV: Expreso a Hogwarts.

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Narrador Omnisciente.

Harry durmió mal esa noche. Sus padres entraban y salían de sus sueños, pero nunca le hablaban; la señora Weasley lloraba sobre el cuerpo sin vida de Kreacher, y Ron, Fiorella y Hermione, que llevaban coronas, la miraban, y una vez más, Harry iba por un pasillo que terminaba en una puerta cerrada con llave. Despertó sobresaltado, con picor en la cicatriz, y vio que Ron ya se había vestido y estaba hablándole.

— ... Date prisa, mamá está histérica, dice que vamos a perder el tren...

En la casa había mucha conmoción. Por lo que pudo oír mientras se vestía a toda velocidad, Harry comprendió que Fred y George habían encantado sus baúles para que bajaran la escalera volando, ahorrándose así la molestia de transportarlos, y estos habían golpeado a Ginny y la habían hecho bajar dos tramos de escalones rodando hasta el vestíbulo; la señora Black y la señora Weasley gritaban a voz en cuello.

— ¡... PODRÍAN HABERLE HECHO DAÑO DE VERDAD, IDIOTAS!

— ¡... MESTIZOS PODRIDOS, MANCILLANDO LA CASA DE MIS PADRES!

Hermione entró corriendo en la habitación, muy aturullada, cuando Harry estaba poniéndose las zapatillas de deporte. La chica llevaba a Hedwig balanceándose en el hombro y a Crookshanks retorciéndose en los brazos.

— Mis padres me han devuelto a Hedwig.

La lechuza revoloteó obedientemente y se posó encima de su jaula.

— ¿Ya estás listo?

— Casi. ¿Cómo está Ginny? – preguntó Harry poniéndose las gafas.

— Fiorella ha ayudado a la señora Weasley a curarla. Pero ahora Ojoloco dice que no podemos irnos hasta que llegue Sturgis Podmore porque en la guardia falta un miembro.

— ¿La guardia? – se extrañó Harry –. ¿Necesitamos una guardia para ir a King's Cross?

— Tú necesitas una guardia para ir a King's Cross – lo corrigió Hermione.

— ¿Por qué? - preguntó Harry con fastidio –. Tenía entendido que Voldemort intentaba pasar desapercibido, así que no irás a decirme que piensa saltar desde detrás de un cubo de basura para matarme, ¿verdad?

— No lo sé, eso es lo que ha dicho Ojoloco – replicó Hermione distraídamente, mirando su reloj –, pero si no nos vamos pronto, perderemos el tren, eso seguro...

— ¿Quieren bajar ahora mismo, por favor? – gritó la señora Weasley.

 Hermione pegó un brinco, como si se hubiera quemado, y salió a toda prisa de la habitación. Harry agarró a Hedwig, la metió sin muchos miramientos en su jaula y bajó la escalera, detrás de su amiga, arrastrando su baúl.

El retrato de la señora Black lanzaba unos furiosos aullidos, pero nadie se molestó en cerrar las cortinas; de todos modos, el ruido que había en el vestíbulo la habría despertado otra vez.

— Harry, tú vienes conmigo y con Tonks – gritó la señora Weasley para hacerse oír sobre los chillidos de «¡SANGRE SUCIA! ¡CANALLAS! ¡SACOS DE INMUNDICIA!» –. Deja tu baúl y tu lechuza; Alastor se encargará del equipaje... ¡Oh, por favor, Sirius! ¡Dumbledore dijo que no!

Un perro negro que parecía un oso había aparecido junto a Harry mientras este trepaba por los baúles amontonados en el vestíbulo para llegar donde estaba la señora Weasley.

— En serio... – dijo la señora Weasley con desesperación –. ¡Está bien, pero lo dejo todo bajo tu responsabilidad!

Luego abrió la puerta de la calle de un fuerte tirón y salió a la débil luz del día otoñal. Harry y el perro la siguieron. La puerta se cerró tras ellos, y los gritos de la señora Black dejaron de escucharse de inmediato.

La prometida de Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora