Capitulo XI: El frente de liberación de elfos domésticos

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Harry, Ron, Hermione y yo fuimos aquella noche a buscar a la lechuza de Ron, Pigwidgeon, a la lechucería para que Harry le pudiera enviar una carta a Sirius. En el camino, Harry puso a Ron al corriente de todo lo que Sirius le había dicho sobre Karkarov. Al principio el pelirrojo se mostró impresionado, pero para cuando entramos a la lechucería se extrañaba de que no lo hubiéramos sospechado desde el principio.

Artemisa se posó en mi hombro en cuanto me vio, picoteo mi cabeza con cariño distrayéndome de la conversación que tenía Harry y Hermione.

— Hola Linda – Saludé a mi lechuza

Ella ululó con cariño y se fue volando hasta posarse a descansar sobre un poste junto a una linda lechuza marrón.

— No es posible que el resto de las que el resto de las pruebas sean tan peligrosas como ésta... ¿Cómo podrían serlo? – siguió Ron, acercando a Pigwidgeon a la ventana –. ¿Sabes qué? Creo que podrías ganar el Torneo, Harry, te lo digo en serio.

— A Harry le queda mucho por andar antes de que termine el Torneo – declaró Hermione muy seria –. Si esto ha sido la primera prueba, no me atrevo a pensar qué puede venir después.

— Eres la esperanza personificada, Hermione – le reprochó Ron –. Parece que te hayas puesto de acuerdo con la profesora Trelawney.

— No es eso, Ron. – dije, hablando por primera vez – Hermione tiene razón, Harry – miré al pelinegro – esto está diseñado para probarte de la peor forma posible – espeté – solo queremos que te cuides y hagas las cosas bien.

Ron arrojó a su lechuza por la ventana. La pequeña ave cayó cuatro metros en picado antes de lograr remontar el vuelo.

— Harry ¿Cuántos pergaminos escribiste? – pregunté divertida

— No lo sé – Dijo encogiéndose de hombros

— Creo que es carga pesada para ella – dije con temor

— Verás que si podrá – espetó Ron.

Contemplamos como Pigwidgeon desaparecía en la oscuridad, y luego Ron dijo:

— Bueno, será mejor que bajemos para tu fiesta sorpresa

Reí ante tal confidencia, Ron me miró:

— Sabes que has arruinado la sorpresa ¿verdad? – le pregunté al pelirrojo

— Sí... bueno como iba diciendo, a estas alturas, Fred y George ya habrán robado suficiente comida de las cocinas del castillo.

Por supuesto, cuando entramos en la sala común de Gryffindor todos prorrumpieron una vez más en gritos y vítores. Había montones de pasteles y de botellas grandes de zumo de calabaza y cerveza de mantequilla en cada mesa. Lee había encendido algunas bengalas fabulosas del doctor Filibuster, que no necesitaban fuego porque prendían con la humedad, así que el aire estaba cargado de chispas y estrellitas. Dean había colgado unos estandartes nuevos impresionantes, la mayoría de los cuales representaban a Harry volando en torno a la cabeza del colacuerno con su Saeta de Fuego, aunque un par de ellos, que por cierto me parecieron innecesarios, mostraban a Cedric con la cabeza en llamas.

Me serví comida y me senté junto a Ron y a Hermione, minutos después se nos unió Harry.

— ¡Jo, cómo pesa! – dijo Lee cogiendo el huevo de oro, que Harry había dejado en una mesa, y sopesándolo en una mano – ¡Vamos, Harry, ábrelo! ¡A ver lo que hay dentro!

— Se supone que tiene que resolver la pista por sí mismo – objetó Hermione y yo la miré con incredulidad –. Son las reglas del Torneo...

— También se suponía que tenía que averiguar por mí mismo cómo burlar al dragón – susurró Harry para que sólo Hermione y yo pudiéramos oírlo, y ella sonrió sintiéndose un poco culpable, mientras yo le giñaba un ojo con complicidad.

La prometida de Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora