Capítulo VII: Las cartas

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Aquella noche, no fue agradable para nadie. La noticia del enfrentamiento a gritos entre Harry y la profesora Umbridge y la finalización de esa discusión que, por supuesto, me incluía se había extendido a una velocidad increíble, contrariamente a lo que solía suceder en Hogwarts.

Mientras comíamos se oían cuchicheos a nuestro alrededor, algunos nos miraban cada cierto tiempo y otros, los que susurraban, parecía que no les importaba que pudiéramos oírlos.

A veces Harry me miraba, esperando que le explicara qué había pasado entre Umbridge y yo, pues había escuchado varias veces mi nombre entre los cuchicheos, pero no estaba dispuesta a decirle nada.

Sin poder soportarlo más, me levanté de la mesa, dejando mi plato de comida a medio comer. Mis tres amigos me miraron.

— ¿Dónde vas? – preguntó Hermione preocupada

— A la biblioteca – respondí – necesito terminar algunas cosas...

— ¿Quieres que te acompañe? – volvió a preguntar

— No es necesario, – respondí – nos vemos más tarde en la sala común. – me despedí y sin esperar respuesta, y bajo la atenta mirada de muchos de mis compañeros, tomé mis cosas y salí del gran comedor.

Caminé a paso lento hacia la biblioteca, mientras pensaba en cuanto había cambiado mi vida desde que estaba en Hogwarts; Descubrí que mi padre es un Mortifago, mi madre está muerta a causa de él (padre) y mi corazón se había roto, por primera vez, el 24 de junio del año pasado cuando Harry había llegado a los terrenos del colegio con el cuerpo, muerto, de Cedric... mi querido Cedric.

Al entrar a la biblioteca, busque una mesa apartada y deje mis cosas allí, me senté y con ayuda de los libros que había sacado anteriormente comencé a hacer mis deberes.

Empecé con la redacción de historia de magia, con la ayuda del libro y mis apuntes se me hizo fácil... terminando en pocas horas.

Estaba por comenzar con la redacción para Snape, cuando alguien se aclaró la garganta junto a mí.

— ¡Draco! – Exclamé en un susurro – me espantaste, ¿hace cuánto tiempo estás ahí? – pregunté apuntando la silla.

— Hace algunos minutos – respondió – parecías concentrada, no quería molestarte – se encogió de hombros mientras sacaba sus cosas.

— No me molestas, Draco. – sonreí – solo estoy haciendo los deberes, prefiero terminarlos antes de que se acumulen – finalicé.

Draco asintió y se dispuso a hacer sus deberes.

No fue para nada difícil hacer la redacción de 30 cm. Sobre las propiedades del ópalo. Termine poco después de la llegada de Draco.

Leí mi trabajo por segunda vez y al terminar suspiré, Draco levanto la vista de su pergamino y me miró.

— ¿Estás bien? – parecía desconcertado.

— Estoy bien – contesté – solo tengo un horrible dolor de cabeza – añadí – y... - me quedé en silencio.

Draco me miró expectante

— Fiorella... termina la frase por favor, – pidió – sabes que no me gusta cuando la gente no termina de decir lo que quiere.

— Lo siento... Es solo que cuando era pequeña mi madre solía cuidar de mí cuando me daban estos dolores de cabeza – expliqué – y... yo solo... la extraño – confesé un poco cohibida.

El rubio me miró y me sonrió, de una forma en la que nunca, antes, lo había visto hacerlo.

Tomó mi mano, intentando reconfortarme y yo entrelacé nuestros dedos, agradeciendo su apoyo.

La prometida de Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora