2.LÁGRIMAS

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En cuanto mi madre empezó a llorar cogí a Tim de entre sus brazos, no tardó ni un segundo en echarse sobre mi padre para abrazarlo. Apenas se le entendía, sus llantos eran mayores que sus palabras sin vocalizar.

―Ulric… ¿por qué llora mamá? ―me preguntó mientras me abrazaba.

―Verás… ―no supe cómo explicarle que quizá mi padre y yo muriésemos en la guerra a la que nos habían destinado, así que opté por una opción bastante fácil de la que estaba seguro de que me arrepentiría si me pasaba algo―. Tim, papá y yo iremos con esos hombres durante mucho tiempo. Necesitan hombres para ir a pescar al mar. Aquí casi no quedan peces, por eso nos vamos con ellos, para poder comer.

―Pero llora ―parecía no creerme.

―Porque… por…uf… ―¿había dicho fácil? Nunca se me había dado bien mentir y menos a mis hermanos pequeños―… está muy contenta y llora por eso, pero también llora porque no quiere que nos vayamos tan lejos.

―¡Mentiroso! ―me acusó Emma. Pero antes de que me siguiese gritando Kaven le tapó la boca y le siseó al oído.

―No le hagas caso, está nerviosa ―mentí de nuevo.

No tardé en alejarme del barullo de personas con Tim entre mis brazos para ir a casa. Lo senté en su sitio y le partí media manzana en pequeños trozos porque el pescado ya se había quedado frío y estaba lleno de moscas. Como todavía las brasas del fuego seguían calientes puse sobre ellas un cazo con leche, en cuanto ésta se calentó le eché una ramita de canela y la vertí en un vaso.

―Cuando termines la manzana bébete la leche, ¿de acuerdo? ―asintió con la cabeza varias veces sin dejar de masticar―. Pero cómela despacio, eh.

Minutos después se bebió la leche y lo subí al piso de arriba. Allí había dos puertas, la de la derecha conducía a la habitación en la que dormíamos Emma, Kaven y yo, pero esa no era la que me interesaba, sino la de la izquierda, la habitación de mis padres donde había una pequeña cama provisional en la que dormía Tim. Lo acosté y cerré las puertas de madera, impidiendo que entrase la luz del sol.

―¿Quieres que me quede contigo hasta que te duermas?

―Sí ―tras varios minutos en silencio me sonrió y dijo―: Ulric… ¿me cuentas el cuento del cisne?

―Vale… ―no me apetecía mucho contarle un cuento en aquellos momentos, pero posiblemente fuese el último que le iba a contar, así que me aclaré la garganta y comencé con el cuento:

››Hace cientos de años, un príncipe paseaba por el bosque en busca de un ciervo al que dar caza. Cuando lo encontró, sacó su arco y una de sus flechas y apuntó hacia su presa. Justo cuando tensó la cuerda escuchó una voz que cantaba a lo lejos, distraído disparó fallando el tiro y el ciervo salió huyendo.

››Caminó hasta llegar a un enorme sauce llorón, allí, tras las hojas se encontraba una joven que cantaba. Escondido la observó hasta que ella desapareció. El príncipe acudió durante semanas para verla cantar y desaparecer. Un día fue a buscarla, pero ella no apareció y lo mismo sucedió los días siguientes.

››El príncipe buscó en las aguas del estanque, allí había cientos de cisnes negros, pero su mirada solo se posó en uno de ellos, el más brillante y bonito. Se adentró en las aguas y le pidió que se casara con él. El cisne resplandeció y la joven apareció.

 

Pude haber seguido contándole el resto del cuento, pero Tim se había quedado dormido, lo arropé y salí de la habitación cerrando la puerta tras de mí. Aquella historia me la había contado el tío Marco. No recordaba cuándo, pero fue hace mucho tiempo, quizá yo tuviese la edad de Tim. Bajé a la cocina y comencé a recoger la mesa, las moscas habían invadido aún más los platos, así que tiré el pescado en el interior de un cubo, después se lo echaríamos a los cerdos para que se lo comiesen.

Demonio de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora