La noche anterior estuvimos despidiéndonos hasta tarde. Todos nos metimos en la cama tan solo momentos antes de que el sol saliese tras la colina y que el gallo cantase. Dormimos poco aquella mañana, antes de caer rendido estuve escuchando al menos durante una hora los suspiros continuos de Kaven y tras ellos una pequeña risa de Emma, lo que me había hecho pensar que ambos habían estado haciendo el tonto toda la noche. No me había costado levantarme y prepararme ya que todo lo que iba a llevarme lo había preparado la noche anterior. No era mucho la verdad, cuatro prendas superiores y cuatro pantalones, tampoco tenía mucho que llevarme. Mi único calzado lo llevaba puesto.
―Ulric… ―me llamó Emma―. Antes de que te vayas quiero darte esto.
Me entregó una pequeña muñeca de trapo que no sobresalía de la palma de mi mano, aquella que nuestra madre le había hecho cuando tan solo tenía unas semanas de vida. Siempre iba a todos lados con esa muñeca, dormía y jugaba todo el tiempo con ella, nunca se le había roto, apreciaba muchísimo a ese juguete. ¿Por qué me lo daría?
―Lo siento, Emma... no puedo aceptarla. Si perdiese a Lilith no me lo perdonaría nunca y tú tampoco.
―Eso me da igual, quiero que te la lleves. Sé que no la perderás y tú la vas a necesitar más que yo.
―No quiero llevármela ―le insistí―, no puedo.
―¡He dicho qué te la lleves! No me importa lo que le pase, que se manche o se rompa. Sé que cuando la mires te acordarás de mí, que no me olvidarás y tendrás fuerzas para seguir luchando en la guerra. Aunque tú digas que no lucharás yo sé que sí. Si llevas a Lilith contigo tendrás una razón para seguir con vida. Cuando la mires sabrás que tienes que volver a casa sano y salvo para poder devolvérmela.
―Pe… pero…
―¡Qué la cojas te digo! ―me la entregó dándome un golpe en el pecho con ella.
―Gracias ―me agaché y la abracé más fuerte que nunca―. Jamás os olvidaré. Todos los días de mi vida me acordaré de vosotros, esté o no en la guerra.
―Será mejor que papá y tú os pongáis ya en marcha ―me dijo Kaven apoyado en el vano de la puerta―. Si llegáis tarde os tacharán de “gusanos”. Ese hombre no me da buena espina.
Y le daría menos si le hubiera contado que fue él quien me partió el labio la noche anterior y no el poste con el que supuestamente me choqué. Después de entrar y ver a todos reunidos esperándome con una tarta no pude decirles que había recibido un puñetazo de uno de los guerreros. Así que les dije que de camino a casa escuché un ruido y al girarme me choqué con un poste algo más bajo que yo y en fin… se me rompió el labio del golpe. En apenas dos días había dicho más mentiras que en todo el último año. Me tuve que decir a mí mismo que eran mentiras piadosas para no sentir ese reconcomio de culpabilidad que me inundaba la garganta y el estómago, pero sobretodo los pensamientos.
―¡Me voy a despedir de papá! ―gritó Emma y corrió escaleras abajo.
La noche anterior no había tenido un momento para despedirme a solas de mi hermano, aunque ya nos habíamos despedido no me había sido suficiente. Necesitaba hablar con él sin nadie pululando, sería una situación muy incómoda para ambos, pero teniendo en cuenta las circunstancias en las que me encontraba, lo necesitaba. Estuvo a punto de seguir a Emma, pero lo agarré del brazo y tiré de él metiéndolo en la habitación.
―Kaven, necesito hablar contigo sobre… ―me callé de golpe cuando recibí un abrazo suyo. No me di cuenta de que había crecido tanto, casi estaba a mi altura, la próxima vez que lo viese seguro que sería yo el que tuviese que mirar hacia arriba. Ya estábamos a solas y no supe lo que decir―… yo…
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Demonio de acero
FantasyLos bárbaros siempre los han llamado demonios de acero, aunque ellos se hacen llamar guerreros. Roban sus apariencias y visten sus pieles para remplazarlos por los hijos del demonio. Los ojos azules de Vladimir McNamara se vuelven rojos bajo la luz...