15. MI DON

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Corrí hasta Viola. Magissa no podía obligarme a volver porque yo le pertenecía a Viola, era de Viola y no podía dejarme marchar, todavía no.

―¿Qué pasa? ―dijo al verme entrar lleno de lágrimas―. ¿Qué ocurre?

―Magissa dice que tengo que irme de Thysia, que tengo que volver al Imperio Kinovy ―me arrodillé junto a ella y lloré―. No dejes que me eche, soy tuyo, soy tuyo... soy tuyo... Ella no puede...

―Ulric...―se arrodilló junto a mí. Me agarró la cabeza con cariño y me abrazó―. Hace mucho que dejaste de ser mío. Yo ya no puedo hacer nada...

Un sonido similar al de un cuerno sonó en la tribu.

―No..., no, no, no ―supliqué―. No dejes que me eche.

Me agarré a Viola con fuerza cuando oí apartarse la tela que hacía de puerta. Fueron Zoya y Aske las que me agarraron y sacaron arrastras mientras yo gritaba. Después de lo que me había costado que me aceptasen entre ellas, de ser uno más... me echaban. Sabía que era Aske la que producía un sonido que parecía un lloro. Me llevaron ante las cenizas doradas de Rhayajt, me obligaron a sentarme en el centro mientras todas las thysiatis me miraban. Aske y yo no éramos los únicos que llorábamos, muchas de ellas también lloraban.

―Cuando perdoné la vida de Ulric supe que este día llegaría ―empezó a decir Magissa―. El Imperio del que procedía avanza hacia tierras libres, son rápidos y destruyen todo a su paso. Tan solo un par de kilómetros más y su ejército llegará al río más ancho de este mundo. Ulric, hijo ―me miró. Sus ojos estaban tristes―. Solo tú puedes hacer que crean que el límite de tierra ha llegado a ellos.

―No son estúpidos ―gruñí―. Tienen mapas del mundo entero, incluso de aquello a lo que no pueden llegar.

―Sus ojos no lo han visto, sus barcos no han atravesado esos límites por miedo a sus leyendas de dragones ―se arrodilló frente a mí―. Fueron brujas, sabios y magos los que dijeron y vieron en sueños el mundo entero, personas muertas a las que ya nada les afecta.

―¿Quieres que les haga creer que les mintieron?

―Así es ―sonrió―. Cuando ellos se asomen al río no verán nada más que aguas lejanas, negras, llenas de bestias y no se atreverán a pasar. Rodearán con sus barcos nuestras tierras, para ellos solo será agua y dejarán de buscar esas tierras que tanto ansiaban... pero solo puedes hacerlo tú.

―¿Lo has visto? ―quise saber que estaba segura de todo lo que me contaba.

―Sí, lo he visto, Rhayajt me lo ha mostrado ―agarró mi barbilla―. Sé que piensas que no te incumbe, que es una estupidez que no te concierne. Tal vez sea así, pero dime, ¿acaso no crees que llegarán un día a estas tierras, a esta tribu? ¿No han sometido a la esclavitud a suficientes personas? ¿No quieres terminar con las conquistas y masacres?

Magissa tenía razón, ella sabía que yo siempre había pensado en que la guerra, la tiranía de Lorena era horrible. Yo siempre había odiado la guerra, a los guerreros del Imperio y tenía la forma de terminar con todo aquello de una manera definitiva. ¿Iba a ser yo el que salvase la vida de millones de personas? ¿De millones de bárbaros inocentes que luchaban por proteger y defender sus tierras y su libertad? Magissa sabía que yo jamás podría negarme a eso.

―¿Tengo que marcharme hoy? ―quise saber.

―Cuanto antes ―se incorporó y me ofreció su mano para levantarme―. Puedes recorrer Thysia por última vez, puedes despedirte de tus hermanas si quieres. Ellas entenderán si no les dices adiós.

Demonio de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora