4. FUEGO

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No pude evitar empezar a gritar, sentía mucho dolor. Las llamas que habían comenzado en mis manos ascendían a lo largo de mis brazos y por todo mi cuerpo. Notaba que me arrastraban, pero nada ni nadie intentaban apagar el fuego que me abrasaba. Tomé una bocana de aire para después soltarla en forma de grito que casi se pudo oír a kilómetros de distancia.

Fueron los rayos del sol los que me hicieron saber que me encontraba fuera de la tienda. Pronto sentí que los ojos marrones rojizos de Maggisa me miraban y me analizaban mientras sus manos atravesaban las llamas para llegar a mi pecho. Miré horrorizado mis manos pensando que aún estarían ardiendo, pero no era así, había desaparecido de mi piel. Aun así no dejé de sentir aquel calor, aquel dolor punzante en mi interior seguía quemándome.

Sentí de nuevo la mano de Magissa, pero esa vez sobre mi frente. Sabía que sentía mi calor, las llamas de fuego que estaban dentro de mí. Vi el movimiento de su cabello, se había girado para hablar con sus hijas, apenas pude escuchar lo que les decía. Lo único que pude entender y recuerdo es que yo no estaba hecho para aquel tipo de magia, que mi alma tenía una cicatriz demasiado reciente que me podía haber matado. Tras aquellas palabras Magissa volvió a mirarme, sus ojos se volvieron negros por completo antes de que su mano desprendiese una luz roja que me redujo mi sufrimiento a un sueño.

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Abrí los ojos, me ardían y escocían. Reconocí la tela violeta del tipi, estaba de nuevo en el pequeño hogar de Viola. Miré a mi alrededor y pude ver a Elly y a Dido que me observaban con curiosidad. La gemela de pelo largo se mordía las uñas con desesperación, creí recordar que ella era Elly. La del pelo corto se acercó a mí, pero yo me senté de golpe y me alejé de ella. No quería que volviese a tocarme, porque sentía que de alguna extraña manera ellas tenían relación con la muerte, los muertos y las malas sensaciones.

―¡No me toques! ―le grité cuando alzó su mano hacia a mí―. ¡No me toques! Por favor no me toques.

Comencé a llorar. Tenía miedo de que me mostrase algún sentimiento más, alguno que estuviese relacionado con aquella persona que estaba con Cyril. Pensé que podía ser mi padre, pero sabía que no era así, porque yo me había alejado lo máximo posible de él, tal y como me había dicho Cassandra. Después pensé que podía ser mi hermano Kaven, que me había desobedecido y había ido a pescar solo. La corriente se lo podía haber llevado y podía haber muerto ahogado por un pez enorme que lo había arrastrado con la caña de pescar. No quería saber nada. No quería que me tocase ninguna de las dos.

―No quiero que os acerquéis a Ulric ―dijo Viola. No me di cuenta de que había estado todo el rato metida conmigo en la cama―. Si quiere hacerlo que lo haga él. No al revés. Es mío, no tenéis mi permiso para tocarlo.

―El fuego lo llamaba ―dijo Dido.

―Era nuestro deber llevarlo hasta él ―siguió Elly.

―Me da igual. Sé que lo habéis hecho con malas intenciones ―Viola estaba enfadada, sus mejillas se encendían por segundos―. No quiero que estéis aquí.

―Ya la habéis oído. Fuera de aquí ―dijo la thysiati de los cabellos escarlata con los brazos cruzados. No me percaté de su presencia hasta oír su voz junto a la puerta―. Fuera.

Dido se levantó de mi lado, agarró a Elly de la mano y se marcharon sin decir nada más. Aquellos ojos gatunos de color rojizo mostraron en todo momento satisfacción. No se sentían arrepentidas por lo que me habían hecho. ¿Serían hijas del fuego? ¿Acaso Rhayajt era el mismo fuego?

―Gracias ―le dije a Viola―. Me siento mal cuando me tocan.

―De normal no es así ―me sonrió con tristeza―. El fuego siempre saca lo mejor de nosotras.

Demonio de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora