8. KHAVUS

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El agua estaba caliente. Odiaba lavarme mientras me observan y esa vez se ofreció Moro a acompañarme. No supe cómo decirle que no, pero gracias a los dioses, no me hizo falta, porque Viola volvió a hacer de madre negándose a que Moro me viese bañándome. Cometí el error de llevarme a Vida, casi me mató del susto al lanzarse al agua de un salto.

―Eres un pesado ―le dije cogiéndolo y sacándolo fuera del agua―. Déjame lavarme tranquilo, vete con Viola.

Pero no me hizo ni caso. Viola mantenía un poco mi privacidad, pero me observaba, me vigilaba porque no se fiaba cien por cien de mí en el bosque. Me lavé lo más rápido que pude, aquella agua siempre estaba caliente, sus peces eran de sangre caliente, pero hacía frío, estaba nevando y no quería volver a resfriarme. Salí de prisa, me puse mi pantalón sin apenas secarme y me envolví entre las mantas.

―Te veo nervioso ―dijo Viola de camino a Thysia―. Ayer también lo estabas.

―Estoy bastante nervioso la verdad. No me hace mucha ilusión ver a tus medio hermanos, me dan un poco de miedo. He tenido pesadillas con ellos.

―A mí también me dan un poco de miedo ―confesó abrazándome. La envolví con la manta ya mojada―. Solo de pensar que un día me marcharé con ellos para no regresar... me dan ganas de ser mortal, de envejecer y no volver a tomar el néctar que nos hace ser jóvenes siempre.

―No digas eso, seguro que podrás ver a tus hermanas cuando te marches con ellos.

―No, no me lo permitirán ―sus ojos blanquecinos de estrías violetas brillaron más que nunca―. Cuando me marche para ser una Khavus enfermaré, sé cómo debo hacerlo. No permaneceré mucho con ellos para que mi espíritu siga siendo thysiati y así cuando muera subiré con mi padre, madre y Dios. Saber que seré la primera de sus hijas en estar junto a él me hace no sentir miedo a todo lo que pueda pasar cuando me suba a sus botes y cruce el mar.

―Viola, no soporto que digas eso, vente conmigo.

―¿Qué me vaya contigo? ―me miró fijamente y me mostró una enorme sonrisa―. ¿A dónde me llevarías?

―A Beandur, con mi familia, conmigo ―lo dije en serio―. Podrías ser feliz, verías cosas que jamás has visto. Huyamos juntos.

―Las tierras de los mortales no son para mí ―dejó de mirarme―. No todos son como tú, yo allí me muriese de pena sabiendo que me marché lejos de mis hermanas y de mi Dios. Si moriría tan lejos mi espíritu quizá no llegase junto a Rhayajt. Sería feliz en vida contigo, pero en la muerte sería desgraciada.

La abracé con fuerza. Estar junto a su dios en la muerte podía con su felicidad en la vida. En cambio, yo prefería ser feliz en vida que en la muerte, porque había visto a Cyril feliz me había hecho saber que nada malo me podía pasar cuando la eterna oscuridad viniese a mí.

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No me dejaron comer en todo el día.

―Será mejor que no comas ―me advirtió Kendra. Había vuelto a su cuerpo.

―Pero tengo hambre...

―He visto a los hombres echar lo que han comido por la boca. Sé que tú harás lo mismo cuando vengan los Khavus. Si tu estómago está vacío tendrás menos que echar.

Le hice caso al recordar que era sensible en actos así. Había vomitado sobre un bárbaro el día que murió Cyril, pero ya no era aquel chico, había clavado cuchillos en las piernas de Varik, había matado a un bárbaro y a varias bestias. Pero preferí prevenir por si de verdad vomitaba, no quería volver a ponerme en ridículo delante de Ragna, así que no discutí con Kendra sobre la comida. Días atrás me contó que para ella su cuerpo thysiati era una tortura, una maldición porque veía el mundo lleno de colores, veía las formas que toca siendo humana y solo podía ver siendo animal. ‹‹Sumirme en mi propia oscuridad mucho tiempo me hace sentir tristeza. Soy más feliz viendo a través de los animales. Estoy maldita, pero no por no ver, sino por poder ver con otros ojos y después ver sombras oscuras con los míos. Siento miedo››, aquellas fueron las palabras que me dijo cuando hablé con ella por primera vez.

Demonio de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora