15. LA BATALLA

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Mantuve con fuerza la espada en la mano para que no se me cayese. El miedo se había apoderado de mí. No pude evitar que todo mi cuerpo empezase a temblar al oír los gritos de los bárbaros que cada vez se oían más cerca. Todos los guerreros Kinovy esperamos a lo largo de la línea de batalla. Un par de hombres lanzaron desde las catapultas piedras y bolsas incendiadas, en su interior había hierbas tóxicas que hacían que nuestros ojos nos escocieran y llorasen. Por eso nos habían dado aquellos pañuelos, para que no respirásemos de forma directa aquel humo que destrozaría nuestros pulmones. Pero al parecer, bastantes de los bárbaros ya conocían esa estrategia, porque muchos llevaban también pieles que tapaban sus vías respiratorias. Una trompeta sonó tras nosotros, aquella debió de ser la señal que esperábamos, ya que los guerreros que habían sobrevivido a la batalla anterior comenzaron a correr hacia el ejército bárbaro.

Noté la nieve desecha bajo mis pies, la toxicidad del humo había hecho que se derritiese y la tierra húmeda había terminado siendo un enorme barrizal. Necesitaba vomitar, pero en aquellos momentos no podía permitirme parar, así que aguanté lo máximo posible, hasta que el acero de mi espada paró el golpe de la madera de la lanza en las manos de un bárbaro. No pude evitar retirarme el pañuelo y vomitarle encima, aquello enfureció más a aquel hombre de largas barbas negras que me superaba en peso y tamaño. Me empujó con su lanza, pero el peso de la armadura no me permitió mantener el equilibrio y caí al suelo.

Me señaló con la punta de su lanza dispuesto a atravesarme con ella sin ningún escrúpulo. Un enorme mazo golpeó el cráneo del bárbaro reventándolo, la sangre de aquel hombre y partes de su cabeza me salpicaron. No pude evitar volver a vomitar de rodillas sobre el suelo. Me coloqué de nuevo el pañuelo porque las fosas nasales me ardían con aquel humo, me puse en pie lo más rápido que pude y miré al dueño del mazo. Me costó reconocerlo, era Varik, pero no tardó en ponerse de nuevo manos a la obra. Movía de un lado a otro el mazo como si no pesara nada, partía columnas, cráneos, piernas... lo que fuese, todo le daba igual con tal que no llevase su misma armadura.

Miré a mi alrededor, todo pasaba muy deprisa, pero mi mente lo veía y asimilaba muy lento. Vi como Snorri tensaba su arco unos metros detrás de mí, disparó a los bárbaros que hacían que nosotros, los Kinovy, estuviésemos en peligro y retuvo un poco a los que todavía no habían llegado a nosotros. No localicé a Cyril, no me dio tiempo porque un bárbaro se abalanzó sobre mí. Luché contra él, lanza y acero chocaban una y otra vez. Me sorprendí a mí mismo más de una vez por mi destreza y la torpeza del guerrero. Aquel hombre era más bajo que yo y llevaba pieles que tapaban su rostro, le estaban algo grandes. Un movimiento hizo que sus pieles se moviesen, aquello me facilitó poder rozar el filo de mi espada en uno de sus brazos y después en su mejilla. El acero cortó su pañuelo y me dejó ver el rostro de mi adversario. Solo era un crío, quizá no tuviese ni dieciséis años y era más pequeño que mi hermano. Por un instante, la cara de aquel chico se convirtió en la de mi hermano Kaven, pude ver como la herida de su mejilla comenzaba a sangrar, como sus ojos lloraban de miedo. Supe que si mataba a aquel bárbaro sería como matar a mi propio hermano. Su rostro volvía a ser el de él mismo, el de un niño pecoso, de ojos brillantes de color miel y cabello rizado de color rubio. Así que pegué un golpe a su lanza roja partiéndola en dos, lo cogí del brazo y señalé la montaña que se encontraba en la misma dirección en la que yo miraba.

―¡Vete! ―le grité señalando―. ¡Vete! ¡Corre!

No supe si me entendió, pero sus ojos se entrecerraron y miraron la dirección en la que señalaba con mi mano. Volvió a mirarme con desconfianza. Así que lo empujé con delicadeza, le señalé de nuevo la montaña y lo despedí agitando mi mano. Pareció entenderme ya que comenzó a correr en dirección opuesta. Hasta que se encontró con Varik, éste lo empujó al suelo, levantó su mazo dispuesto a machacarlo, pero corrí, llegué a tiempo para coger al chico del brazo, arrastrarlo y evitar que el mazo lo matase.

Demonio de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora