La fortaleza Ovis, más conocida como la fortaleza oveja, era la más indefensa de todas ellas. Hacía referencia al animal ya que supuestamente era el más débil y nunca se podía defender. Para mí el animal más indefenso del mundo era el mismo hombre, la raza humana. Claro que todo cambia si se arma con espadas, escudos y armaduras, pero supongamos que un hombre normal, ni muy fornido ni muy delgado, debiese luchar contra una oveja desnudo por completo, ¿cuál de los dos ganaría? Yo creo que la oveja, al menos ella tiene pezuñas.
Un empujón hacia el interior de la fortaleza me arrastró de mi disputa interna entre cuál de los dos seres ganaría. Aquel lugar olía a orina, estiércol, sudor y sangre. Un sudor fuerte y agrio, en otras palabras, olía a macho cabrío. ¡Anda! Igual se llamaba así a aquel recinto por su horrible hedor. Desde fuera me había parecido que había más hombres luchando y entrenando, pero cuando uno de los cuernos sonó, salieron decenas de lo que parecía ser una construcción de alojamiento provisional o algo así.
―¡¡Orden y silencio!! ―ordenó gritando Vladimir, o McNamara, como él prefería que lo llamásemos, pero yo lo llamaría Vladimir, al menos en mi mente. Pensé que “psicológicamente”, en mi cabeza, claro, le quitaría autoridad y así también lo molestaría. ¡Vladimir, Vladimir! Aquello me hizo un poco más feliz en aquel horrible lugar―. ¡SI-LEN-CIO! ¡No lo repetiré ni una sola vez más!
Tenía la mano sobre la empuñadura dorada de su espada, que no llegó a desenvainar ya que todo el mundo con la segunda advertencia se quedó en silencio. Un silencio sepulcral. Pareció que le había hecho gracia o al menos eso me pareció a mí ya que vi una ligerísima sonrisa en su maquiavélico rostro. Por primera vez desde que lo vi, me fijé en el color de sus ojos. Bajo la luz de una de las antorchas, sujeta en lo alto del muro, pude ver con claridad un brillo terrorífico en sus ojos demoniacos, nunca mejor dicho ya que de no haberme fijado bien hubiese dicho que eran rojos. La luz roja del fuego tiñó aquellos ojos tan claros de color escarlata. Al desplazarse un poco a uno de los lados pude ver que los tenía azules, casi eran blancos, como los de un demonio. Como ya había pensado antes, criado en el mismo inframundo.
―Buenas noches muchachos ―saludó el anciano a todos los presentes―. Como ya sabéis desde que llegasteis a la séptima fortaleza, nuestro objetivo era entrenaros para luchar ―se dirigió a un gran grupo en concreto―. Sois catorce los que esta noche marcháis al frente, tan solo cinco los que habéis ganado el derecho a ir a la fortaleza seis, a Kybos, aquella que hace referencia al cubozoa —una de las especies de medusas más peligrosas, un ser marino letal—.Y tres ayudantes destinados también a la sexta fortaleza, allí os asignarán un señor o guerrero. Los veintiuno partiréis al amanecer en la misma tropa, pero vuestros destinos se separarán en diferentes direcciones.
››Más bien, aquellos catorce hombres que esta noche pisáis el suelo de Ovis, sed bienvenidos. A partir del amanecer, después de que el gallo cante, empezará vuestro adiestramiento. Ahora seréis asignados a distintas cámaras. ¡Y mucha suerte a todos vosotros! Que los dioses os deparen un destino.
Tras sonar las palmadas de Bierbaum se formó un pequeño revuelo, todos nosotros, novatos o no tan novatos, nos mezclamos. Fui empujado al interior de un túnel que parecía conducir bajo los muros. Estaba oscuro y todos nos introducimos dentro, antes de que una de las antorchas me deslumbrase, alguien me agarró del brazo y tiró de mí hacia él. Sin apenas verlo, debido a la reversible e instantánea ceguera que me proporcionó el fuego de la antorcha, lo reconocí por su tosido entre el jaleo y los empujones.
―Ulrich ―me susurró―. No te alejes de mí.
Como si nos hubiesen escuchado, un hombre de casi dos metros de piel negra nos agarró a ambos por el cuello de la camisa y nos lanzó al interior de una oscura estancia con tres literas de dos pisos cada una. Dos de las cuales ya estaban ocupadas.
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Demonio de acero
FantasyLos bárbaros siempre los han llamado demonios de acero, aunque ellos se hacen llamar guerreros. Roban sus apariencias y visten sus pieles para remplazarlos por los hijos del demonio. Los ojos azules de Vladimir McNamara se vuelven rojos bajo la luz...