14. CAMBIO

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No tardé en coger mi lanza y practicar con Ragna. Su actitud estaba cambiando, empezaba a explicarme los pasos de lucha, como debía poner los pies o las rodillas. Quizá fuese por eso, o simplemente me había vuelto más rápido, pero estaba mejorando mi destreza de combate. Pocas palizas me seguía dando. Ya no me tiraba al suelo y me daba estocadas, ya no. Empecé a dejar de ver a Zoya en todas las luchas, aparecía de vez en cuando para asegurarse que estaba bien, pero la última vez no fue a mí a quien tuvo que curar una herida.

―¡Ah! ―gritó Ragna cuando cayó al suelo. Momento que aproveché para elevar mi lanza y partirla en su hombro―. ¡AAH!

―Ya no es tan divertido, eh ―incité a Ragna a que se levantase―. Cuando no eres tú mismo el que sangra tiene su gracia.

―Ahora verás... ―gruñó mostrando todos sus dientes.

Se levantó de un salto con su lanza en la mano y me atacó. Paré su golpe con el resto de la lanza que me quedaba, agarré su mano y le retorcí el brazo por detrás. Volvió a gritar. Le pegué una patada en la espalda haciendo que volviese al suelo, cayó de morros. Me puse encima de ella, puse mi lanza sobre su cuello y la doblé un poco hacia atrás sin intención de partirle nada.

―¿Te rindes? ―pregunté cuando empezaba a ponerse morada.

―Sí, sí... ―dijo apenas audible mientras intentaba tirar de la lanza hacia delante.

―¡Ja! ―la solté. Elevé mi lanza como si fuese un trofeo mostrándola a todos lados. Cuando le di la espalda, ella aprovechó el momento para pegarme una patada en la pierna. Caí al suelo por mi propio temblor―. ¡Eh!

―En una lucha real no puedes darle la espalda a tu enemigo porque éste no dudará en matarte ―tocó su hombro ensangrentado y lleno de astillas―. Ah...

―¿Estás bien? ―tiré la lanza a un lado y me arrodillé junto a ella―. Lo siento, no quería hacerte daño.

―No te preocupes ―sonrió sin mirarme―. Has estado muy bien. Has mejorado tanto que ahora soy yo la que sangra.

―No era mi intención ―quité una astilla de su hombro y ella se quejó―. Lo siento mucho, pero tengo que quitártelas para que Zoya pueda curarte bien.

―Está bien, pero date prisa, por favor ―gimió al quitarle otra astilla―. Una no se acostumbra al dolor, y menos cuando apenas lo sufre.

―Jamás hubiese dicho que sentías dolor ―sonreí.

―¿Sorprendido? ―rió y me miró.

―Un poco ―dejé de mirar su herida para mirar aquellos ojos plateados, la luz que había en ellos era más brillante e intensa que nunca―. Estás guapa cuando sonríes.

Ella apartó su mirada, pero no dejó de sonreír. Me gustaba su sonrisa, era sincera, con un poco de rubor en sus mejillas. Su sonrisa era igual que la mía cuando yo la miraba a ella. Una llama se encendió en mi interior al pensar que Ragna podía sentir algo por mí.

Cuando terminé de quitar hasta la última de sus astillas miré a Zoya para que la curase. Una vez que su herida desapareció me levanté y me alejé de allí.

―Ulric, espera ―Ragna me agarró del brazo―. Oye... yo... te agradezco que me hayas quitado las astillas. Nadie antes había hecho eso por mí.

―Ragna ―acaricié su mejilla―. Si me dieses una oportunidad yo daría mucho más por ti.

―No entiendo lo que me quieres decir ―tocó su estómago―. Siento dolor en mi tripa, creo que debería intentar dormir.

Se dio media vuelta y se marchó a su tipi. Yo seguí mi rumbo con una sonrisa de oreja a oreja porque sabía que sentía algo por mí, aunque ella no lo supiera.

Demonio de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora