10. LA CAZA

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Las cenizas doradas parecían flotar alrededor del fuego más grande y vivo que había visto. Dido y Elly bailaban descalzas dando vueltas alrededor de las piedras colocadas de forma estrellada. Por primera vez pude ver a Freydis, no parecía muy contenta de estar con todas sus hermanas. Era tal y como la había descrito Viola, de cabello corto y muy repeinado hacia atrás de color caoba. Sus ojos amarillos y rasgados parecían no mirar nada, estaba más concentrada en aquello que estaba pensando que en relacionarse con las demás. Su yhirno parecía pasárselo mejor que ella.

―¿Te diviertes? ―le pregunté sonriente.

―No ―hizo una mueca parecida a una sonrisa―. Me gustan las noches tranquilas, menos mal que solo es una noche cada cien años y en un futuro será cada mucho más.

―¿No te hace feliz saber que vas a volver a tener una hermana? ―me senté a su lado.

―Mi forma de expresar mi felicidad es diferente, cuando nazca seré yo quien la cuide por las noches, aunque tengo la sensación de que este nuevo embarazo va a ser diferente a todos, por eso no me emociona mucho.

―Yo tengo tres hermanos ―le conté―. Dos chicos y una chica.

―¿Y los has cuidado? ―quiso saber.

―Sí, bueno, lo que he podido porque yo era muy pequeño para cuidar al más mayor de ellos y con mi hermana, bueno, siempre estoy cuando me necesita, pero cuando era pequeño no le hacía mucho caso.

―¿Y al otro?

―El otro es mi vida, lo echo mucho de menos, sobre todo por las tardes, cuando lo acostaba y le contaba cuentos ―recordé todos aquellos momentos―. Daría mi vida por él, por los tres.

―Eso que has dicho es precioso ―sonrió de verdad sin mostrar un solo diente―. Celebremos un futuro nacimiento.

Se levantó y comenzó a bailar de una forma muy extraña. Linka y Tegan se unieron a ella. Instantes después aquello se convirtió en una auténtica fiesta de luces amarillas que salían de los dedos de Freydis. Miles y miles de mariposas de colores empezaron a revolotear alrededor de las thysiatis y solo cuando las mariposas aparecieron, lo hizo Magissa. Por primera vez iba de blanco, había dejado su vestido largo y negro colgado en su tipi. ¿Cómo era posible que tuviese barriga? No había pasado tanto tiempo desde que había dado su noticia, un mes como mucho y parecía estar embarazada de cinco meses.

Zoya apareció con varios cálices de madera, en el interior de éstos había un líquido que brillaba, resplandecía una suave luz plateada. Dio un cáliz a cada una de sus hermanas, todos tenían aquel misterioso líquido. Cuando Zoya se acercó a mí me dio un cáliz más grande, pero su interior no contenía aquello que brillaba. Le di un sorbo antes de darme cuenta de que era agua fría.

―¿Por qué mi agua no brilla? ―le pregunté―. Las vuestras sí lo hacen.

―Nosotras no bebemos agua, lo nuestro es néctar y ambrosia ―explicó―. Es el alimento de los inmortales, tú no puedes tomarlo, pero puedes saciar tu sed con agua fresca y limpia.

‹‹Dais agua a vuestro invitado de honor››, estuve a punto de decirlo en voz alta, pero cerré mi boca y no les dije nada.

Empezaba a cansarme de alimentarme siempre de las mismas frutas, de los mismos peces y ellas llevaban toda su vida bebiendo lo mismo. Nunca antes había visto a Viola beber aquel líquido de néctar y ambrosia, pero sí que alguna que otra vez había escuchado el rugir de su estómago y seguidamente ella se marchaba del tipi. Fue en aquel momento cuando me di cuenta de que se marchaba para alimentarse. Recordé la historia de Zoya sobre los Khavus, sobre las abejas que creaban su néctar. Quería ver aquellas abejas, no me acordé de ellas antes, recorrí casi todas las casetas, pero no las encontraba, por eso no me había acordado de la historia de Zoya. Sabía quién me enseñaría esas abejas.

Demonio de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora