9.MEDALLONES DE PODER

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Cada minuto que pasaba con aquella piedra sobre mis brazos era peor que el anterior. Apenas sentía mi cuerpo, pero no podía soltar la piedra. No debía hacerlo, porque en cuanto se separase de mis brazos y colgase yo caería muerto antes de que ésta rozase el suelo, eso si llegaba, porque la cadena no era demasiado larga. No sabía cuánto tiempo llevaba encadenado. Hacía ya bastante tiempo que me habían empezado a escocer los ojos por el sueño, llevaba más de un día y medio sin dormir por los constantes castigos de Vladimir. La completa oscuridad de aquellas cuatro paredes no me ayudaba mucho a mantenerme despierto, me había intentado distraer con cientos de cosas: cantar, silbar, hablar solo, contar, pero esto último no me había servido de mucho ya que perdía el hilo cada rato y tenía que volver a empezar de nuevo.

Además, conseguí que el sueño me picara antes de lo previsto. Contar allí dentro había sido la peor idea que había tenido en toda mi vida. Al principio no comprendí por qué Vladimir me había atado el torso y la cintura, pero enseguida lo entendí. Podría haber metido la piedra detrás de mí, entre mi cuerpo y el listón para relajar los brazos y descansar de vez en cuando. ¡Por los dioses! ¡Necesitaba soltar aquella maldita piedra! ¿Pero qué podía hacer? ¿Levantarla y dar golpes al listón para ver si conseguía romperlo? No, aquello no funcionaría. Pero... y si... ¿Y si conseguía romper el collar que rodeaba mi cuello? ¡Claro! ¡Qué estúpido había sido! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Quizá fuese una mala idea, seguro que me castigarían y tomarían represarías por ello, pero en ese momento me dio igual.

Así que eso hice. Lo primero que se me ocurrió fue rodearme el brazo con la cadena para que en el caso de que la piedra se me resbalase no me estrangulase. Para asegurarla un poco más la enrollé parte de ella en mi muñeca. No solté la piedra en ningún momento, me llevó mi rato hacerlo, pero me dio igual el tiempo, la había pegado a mi pecho mientras la sujetaba con fuerza con la mano derecha. Cuando terminé de enrollar la cadena casi no sentí mi hombro y notaba la fuerza del hierro en todo mi brazo, sentí su presión. Subí la piedra a mi hombro, la sujeté con la cabeza y con lo largo de mi brazo. Sentí todo el peso de la piedra en el hueso de mi hombre, pero... ¡qué mérito tuve! No se me había resbalado en ningún momento.

Tras conseguir el equilibrio de la pesada piedra tuve las manos libres, así que me dispuse a llevar acabo mi plan. Ser hijo de un pescador tenía sus beneficios y más si tu tatarabuelo había estado en la guerra y había sido herrero allí. Generación tras generación nos habían enseñado el mismo truco. La fuerza bruta sería mi mayor logro aquella noche. El grillete que enganchaba la correa de un extremo al otro era mucho más grande que el resto de los de la cadena y mi abuelo siempre me había dicho: ‹‹El elemento más blando del mundo atraviesa al más duro››. Y lo más blando que tenía allí era la cuerda que colgaba de mi cuello. Me la intenté quitar como pude con una sola mano por encima de mi cabeza. No necesitaba soltarla del todo, así que cuando tiré de ella, se enganchó en la cadena y la enrosqué sobre el grillete más grande. Intenté no enrollar la media luna que colgaba de la cuerda. Ejercí fuerza y presión mientras lo retorcía y lo movía tirando de un lado a otro. Las manos me quemaban, pero no paré hasta escuchar un fuerte sonido. Dejé de notar la tirantez de la cadena en mi cuello y espalda.

Lo había conseguido. ¡Me había quitado la cadena del cuello!

Antes de lanzar la piedra al suelo, comprobé que de verdad estaba suelta y gracias a los dioses así era. Desenrosqué la cuerda del grillete, la cadena de mi brazo y lancé la piedra con las pocas fuerzas que todavía me quedaban. Me coloqué la cuerda con el colgante de la luna de nuevo en mi cuello. Y sin que nada más me importase, cerré los ojos. Ni siquiera me preocupó lo que me pudiese pasar después de aquello. Nada me impediría dormir.

ef

Fue el calor de las llamas del fuego lo que me despertó. Una antorcha se encontraba muy cerca de mi cara y me había alejado de mis sueños, me había empapado en sudor y después casi me había quemado al sentir tan cerca las llamas en mi piel.

Demonio de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora