EPÍLOGO

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Estaba nervioso, aquella chica de piel bronceada, de cabello oscuro y ondulado parecía conocerme. Sus ojos grandes y marrones me miraron desconcertada.

―Ulric... ―se apartó de mí algo triste―. ¿No te acuerdas de mí?

―Yo... ―tartamudeé―. No..., lo siento.

―Oko sot, Karen ―dijo con una dulce y suave voz. Entonces la reconocí.

―Eres la niña que salvé en la nieve de los cudovis... ―no podía ser.

―¡¡¡Ulric!!! ―una chica rubia de pelo corto gritó con dolor. Se tropezó al correr, se puso en piel y se abalanzó con fuerza hacia mí―. ¡¡Ulric!!

Estaba desconcertado. No conocía a ninguna de las dos chicas que parecían conocerme. Una decía ser una niña de siete años, pero estaba claro que tenía unos trece o catorce. La chica que lloraba con dolor tenía unos diecisiete años, no la reconocí hasta que pude ver sus ojos marrones, sus pecas de la cara...

―¿Emma? ―casi lo suspiré―. ¿Eres Emma?

―Sí, soy Emma ―lloró―. Soy tu hermana, Ulric.

La abracé con fuerza. No entendía lo que estaba pasando.

―Pero... ―empecé, pero la lengua se me trababa―... Solo hace un año que me perdí en la nieve.

―No, Ulric. Hace seis años que te perdiste en la nieve.

Todo a mi alrededor empezó a moverse. Me estaba mareando, estuve a punto de caer al suelo, pero Ragna me sujetó.

―Tu hermana tiene razón ―me susurró al oído―. Han pasado seis años desde que te encontramos. Dejamos de mencionar nuestros cumpleaños y el tuyo porque no quisiste creer que la noche en que Magissa te tuvo era tu cumpleaños. No lo hubieses entendido, pero en Thysia el tiempo no pasa como aquí.

―¿Tengo veintiocho años? ―sentí una puñalada en mi estómago.

―Sí, compañero de aventurillas, estás hecho todo un viejo ―dijo una voz tras de mí. No me hizo falta mirarlo para saber quién era.

―Lo dice el que tiene treinta y uno ―reí. Me giré y pude ver el rostro de mi amigo Snorri. Estaba mucho mayor, la guerra le había pasado factura. Corrí hasta él y lo abracé―. Que viejo estás.

―Oh... cállate... ―me empujó como solía hacer él, incluso chistó la lengua―... Tú en cambio estás igual, igual, igual que cuando te dejé si no fuese por esos ojos nuevos, ¿cómo lo has hecho? ―tiró de mi mejilla para comprobar que era mi piel―. Qué asco me das ―rió.

―Me alegro saber que estás bien, que no te pasó nada ―aguanté mis lágrimas. Durante todo el tiempo que había estado en Thysia creí que estaba muerto.

―Ya, bueno... yo he pasado lo mío no te creas que no ―estaba a punto de llorar―. Cuando regresé al frente con Karen y el ramo de Thytos creí que me matarían, pero la emperatriz Lorena perdonó mi vida. Tuve que aceptar a Karen como hija mía para que no la torturasen hasta la muerte. Me llevé diez latigazos por haber puesto el cuchillo en el cuello de una Kanat's, pero... unos meses después me enviaron a Beandur por ser padre soltero y me llevé a tu padre conmigo. Apenas un mes después recibí en mi casa una carta a tu nombre.

―¿De quién? ―quise saber.

―De Elisabeth, la novia de Cyril ―se agachó y cogió a un niño en brazos―. Se quitó la vida tras dar a luz al hijo de Cyril ―mi boca se desencajó. Miré aquel niño de piel morena, pelo castaño y ojos verdes. Se parecía a Cyril―. La nota decía que no pudo soportar la pérdida de su amado, prefirió pasar a estar con él en la muerte que a vivir sin él. Adopté a su hijo con el nombre que traía: Ulric Adams.

Demonio de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora