Ragna se estaba enfadada conmigo, pero aun así me enseñaba a luchar. Ella creía que no quería ser su hermano porque la odiaba, no entendía que yo la quería, que la amaba y que por eso no quería ser su hermano. Pero no podía explicárselo. Los ojos dorados de Zoya me miraban en cada entrenamiento, sabía que me protegían.
Kendra no tardó en despertase, de hecho hacía días que volvía a ver tras los ojos de otro animal. Aquella vez era una enorme serpiente, sus escamas hacían juego con sus ojos granates. Su nueva forma me daba respeto, nunca me habían gustado mucho las serpientes, su textura me daba asco y no eran muy amistosas. Verla mientras entrenaba con Ragna me hacía desconcentrarme.
―¡Sigues siendo muy lento! ―gritó Ragna cuando me tiró al suelo de un golpe―. ¡Concéntrate! ¡Vamos, lucha!
Había mejorado mi destreza, pero aun así era patético comparado con ella. Era perfecta en la lucha, ningún hombre o mujer del Imperio podría jamás con ella. Lorena tenía mucha suerte de que las thysiatis no se entrometiesen en la guerra, de haber sido así las tierras salvajes jamás serían suyas.
―N..., ―paré un golpe que iba directo a mi cabeza―...necesito... respirar...
―Una thysiati respira y lucha al mismo tiempo.
―Ya... pero tú... eres inmortal..., yo no ―me puse de rodillas. Pude notar como mis cotillas se contraían al respirar―. Yo soy mortal.
―Entonces deberíamos abandonar todo esto ―me levantó con una mano y me obligó a mirar aquellos preciosos ojos―. Esto no ha servido de nada, no merece la pena que sigas luchando, porque como tú dices... eres mortal.
Tiró su lanza al suelo y se marchó de allí. La observé hasta que desapareció de mi vista, había algo que siempre me impedía no dejar de mirarla, de observar cada parte de ella, cada movimiento. Pero tenía razón, todo aquello no merecía la pena, porque era mortal, porque envejecía con cada respiración.
ef
Me desperté empapado en sudor. Soñar con los Khavus era mi peor pesadilla, pero lo que aquella noche había soñado era una señal. Me levanté y tan solo me puse mis pieles inferiores. Salí corriendo con Jade tras de mí. Necesitaba ver a Magissa, la necesitaba con urgencia, pero ella no estaba en su tienda, me lo dijo Jade. Seguí mi nuevo instinto, gracias a Jade podía oler cosas indescriptibles y Magissa era una de ellas. Su específico olor me llevó hasta la poza cercana a Thysia.
Estaba allí, sola, sentada con los pies metidos en el agua y mirando al cielo. Supe que sabía que estaba allí, pero no se inmutó. Me acerqué a ella y me senté a su lado. Noté que me sonreía sin mirarme. La observé durante unos minutos. Nadie diría que esa mujer era madre de doce chicas y que tenía más de mil años. Metió tras su oreja uno de sus mechones rizados de color castaño, me miró con aquellos ojos grandes, serenos y marrones rojizos.
―Esta noche empezaremos ―me dijo con una sonrisa. Parecía estar orgullosa de mí.
―¿Cómo sabes lo que te iba decir? ―con solo mirarme sabía lo que sentía.
―Soy bruja. Magissa es como me llamaban aquellos que querían quemarme, porque significa bruja en una lengua que ya nadie recuerda.
―¿Cuál es tu verdadero nombre? ―no entendí por qué se hacía llamar por un nombre por el cual la habían querido matar.
―Magissa es mi verdadero nombre, ya ni siquiera recuerdo aquel que me puso una anciana cuando mi madre murió al alumbrarme ―me acarició la mejilla y su sonrisa se hizo mayor―. Cuando me ataron en una pira de madera y prendieron fuego a la hoguera, Rhayajt gritó aquella palabra que todos gritaban con desprecio, pero él la pronunció con amor, con poder mientras apagaba las llamas. Resurgió entre las cenizas negras haciendo que cambiasen de color y me acariciasen la piel. Él me quería como Magissa, y Magissa seré hasta que muera junto a él.
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Demonio de acero
FantasyLos bárbaros siempre los han llamado demonios de acero, aunque ellos se hacen llamar guerreros. Roban sus apariencias y visten sus pieles para remplazarlos por los hijos del demonio. Los ojos azules de Vladimir McNamara se vuelven rojos bajo la luz...