Decidí escribir dos cartas, una dentro de otra. A la única persona que le podía escribir una carta, era la única que podía ayudarme. Una persona cercana a mí con buenos contactos, buenas aves que llegarían rápido a sus destinos, aquella persona era mi tío Marco. No sabía si había llegado a la torre del Escriba, primero habría ido a caballo hasta el río que desemboca en el mar y al llegar a éste, debería haber cogido un barco hasta la isla en la que se encontraba la torre. Los mejores barcos, los más rápidos y ligeros eran del ejército, pero, ¿habría llegado ya? Nosotros habíamos tardado semanas, meses en desplazarnos por tierra, pero las aves de los Kinovy recorrían las mismas distancias en la mitad de tiempo. Me arriesgué, no tenía otra opción, además, supuse que si la carta llegaba antes que mi tío, los escribas se la harían llegar lo antes posible.
Pero lo difícil no sería que Marco recibiese la carta, sino tener tinta y papel para escribirla y después enviarla. No perdía nada por arriesgarme, así que busqué la tienda en la que se encontraba Vladimir, pero para mi sorpresa me encontré a Simone Bass. Dudaba en acercarme, pero si en realidad alguien me iba a ayudar en aquel lugar, sería él. Ya lo había hecho una vez sin ni siquiera pedírselo, ¿por qué no iba a ayudarme una segunda? Además, se trataba de un trozo de papel y un poco de tinta, no de un riñón ni nada semejante.
―¿Ulric Hammel? ―me dijo al verme medio escondido tras la cortina.
―Sí, señor ―salí de detrás de la tela. Casi me dio vergüenza, me había escondido como un crío. Todavía estaba manchado de barro, de sangre, la sangre de Cyril y de los cadáveres apilados.
―No me llames señor ―me sonrió―. Como me alegro de verte, pero... ¿qué haces aquí? Ordené que te enviasen a Kybos.
―Y lo hicieron, pero la amistad puede más que una orden, dirigente ―contuve las lágrimas. Debía parecer fuerte, no quería parecer un crío.
―Llámame Simone, Ulric, estamos entre amigos. Cuéntame, ¿quién es ese amigo por el que estabas dispuesto a dar la vida en la lucha?
―En realidad fue por tres guerreros ―confesé mirando al suelo―. Estoy aquí por mi padre, Hood y por... bueno... supongo que ya no importa...
―¿Os habéis enfadado? ―preguntó saliendo tras la mesa en la que se encontraba.
―Está muerto ―supe que casi estaba haciendo pucheros, pero no me importó―. Pero supongo que no te importará eso, era esclavo.
―Te equivocas ―se acercó más a mí, se desabrochó la armadura dorada que llevaba, se levantó la cota de malla y la camisa que lo protegía del roce. Me mostró una marca que ya había visto antes, sobre la piel de Cyril.
―Es la marca de los esclavos...
―Una vez fui esclavo, Ulric ―se cubrió de nuevo la piel y se puso solo la armadura.
―Pero... si me contaste que tu madre era la hermana de McNamara.
―Y lo era, ¿no te pareció extraño que para ser el hijo bastardo de la hermana de mi tío no compartamos apellido? ―me dijo sonriendo. Aquello que me dijo era verdad, ¿cómo no me había dado cuenta?
―¿Cómo puede ser?
―Porque cuando mi madre me encontró yo tenía cuatro años, era el hijo bastardo de una esclava y por tanto nada más nacer, me marcaron como tal. Pero mi madre, la hermana de Vladimir, me compró a la familia de ricos ―me contó―. No conocí a la mujer que me alumbró.
››Pero eso no significa que deba olvidar de dónde vengo. Odio la esclavitud, intento impedirla, pero un solo hombre no puede cambiar las leyes. He liberado a miles de hombres y mujeres de su destino, hago lo que puedo. Dime, ¿cuál es el nombre de tu difunto amigo? Supongo que lo habrán quemado... lo lamento.
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Demonio de acero
FantasyLos bárbaros siempre los han llamado demonios de acero, aunque ellos se hacen llamar guerreros. Roban sus apariencias y visten sus pieles para remplazarlos por los hijos del demonio. Los ojos azules de Vladimir McNamara se vuelven rojos bajo la luz...