La noche fue dura, todos estábamos hambrientos, agotados y empapados ya que un tremendo chaparrón nos pilló por sorpresa. Vladimir había organizado las mesas del comedor como si aquellas cuatro paredes fuesen una escuela. Las sillas se habían colocado mirando a la misma dirección, todas excepto una, aquella que miraba al resto era para Vladimir. Se sentó el primero de todos y como si de un juego infantil se tratase comenzó a decir:
—Bien, como nadie dice nada, mi querido... mejor dicho, favorito, mi aprendiz favorito me ha mencionado que todos habéis hecho un pacto de silencio —hizo una pausa. Aquel al que se refería como favorito era, obviamente, su mejor discípulo, Varik. Que por supuesto, había cenado y dormido tan a gusto. Para el colmo como premio le había dado sandía por ser el único honrado—. Como veo que no sois unos estúpidos enclenques y que a pesar de machacaros físicamente no vais a hablar... he decidido que os voy a castigar de otro modo.
Se recostó sobre su silla apoyada solo sobre dos de las patas, con sus manos tras la nuca y los pies uno encima de otro sobre la mesa. Sus clarísimos ojos me localizaron entre los que aún permanecíamos de pie al fondo del comedor. Con discreción me escondí tras un enorme hombre que se encontraba frente a mí.
―Como podéis ver, no hay suficientes sillas para todos vosotros, así que cuando yo chasqueé mis dedos todos os sentareis. Los que no puedan sentarse y permanezcan de pie serán azotados. Bierbaum os esperará fuera, os dará unas tablas y os azotareis unos a otros. Ése será vuestro último castigo dentro de esta fortaleza ya que el próximo que tenga que ser castigado por herir de gravedad a un compañero o todos os comportéis como una piña, seréis enviados directamente al frente. Todos, sin ninguna excepción. Que comience este maravilloso juego en el que todo vale —sonrió y chasqueó sus dedos.
Tras escuchar aquel horrible sonido en lo único que pude pensar fue en mi padre. Las imágenes de su cuerpo esquelético sin ninguna camisa que lo cubriese, azotado por un compañero que lo superaba en peso y tamaño me hicieron sentir un pinchazo en el pecho. Antes siquiera de que alguno de los que estaba se empezase a mover, agarré a mi padre del brazo y antes que nadie comencé a empujar a los que estaban delante para llegar a las primeras mesas, frente a Vladimir. El resto se peleaba por las últimas sillas o las del medio.
Dos hombres nos adelantaron, pero antes de que uno de ellos pudiese sentarse, le aparté la silla y le obligué a mi padre a sentarse de un empujón. Antes de que el hombre se levantara, le quité de nuevo la silla y me senté yo. Lo sentía mucho por él, pero me importaba más proteger a mi padre. Si aquello conllevaba tener que perjudicar a otros que así fuera. La salud de mi padre iba antes que la de cualquiera y en ello me incluía a mí.
De pronto pensé en Snorri y en Cyril, ¿cómo había podido haberme olvidado de ellos? Giré la cabeza con rapidez y gracias a los dioses ambos estaban sentados no muy lejos de mí. Los que permanecían de pie eran menos de lo que me había imaginado. La mayoría de ellos tenía entre treinta y cuarenta años. Desgraciadamente entre ellos se encontraba mi tío Marco. Entre todos los que estábamos allí, los que habíamos llegado en las últimas semanas, el que más había cambiado era mi tío. Al haber empezado a comer tan poco y al hacer tanto ejercicio había bajado al menos diez kilos extraordinariamente notables. Se le veía mucho mejor, por eso mismo me había quedado perplejo al verlo allí de pie, mirándonos...
¿Cómo no había sido capaz de sentarse?
Me sentí frustrado, enfadado conmigo mismo, pero sobre todo con él, ¡porque delante de sus narices había tenido una silla! ¡Con un poco de esfuerzo la hubiese alcanzado! Pero que fuera a ser castigado pegándose con un compañero no era lo que me hizo enfadar, sino que no hubiera hecho nada por sentarse. Bierbaum lo observaba de cerca, había bajado peso, sí, pero no se estaba esforzando demasiado. Lo que el administrador quería era que todos nosotros nos esforzásemos al máximo para poder tener una mínima posibilidad de ser enviados a un sitio mejor que el frente. Él había tenido la oportunidad de ser escogido y enviado a la torre del Escriba, pero en aquel momento empecé a dudar de que fuese a enviarlo a aquella torre.
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Demonio de acero
FantasyLos bárbaros siempre los han llamado demonios de acero, aunque ellos se hacen llamar guerreros. Roban sus apariencias y visten sus pieles para remplazarlos por los hijos del demonio. Los ojos azules de Vladimir McNamara se vuelven rojos bajo la luz...