4. Fantasma (Agustín)

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La niña estúpida no ha querido ayudarme y el dolor se vuelve cada vez más intenso, cruzo la calle para llegar a un bar que está justo enfrente al café de donde la rara me acaba de echar

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La niña estúpida no ha querido ayudarme y el dolor se vuelve cada vez más intenso, cruzo la calle para llegar a un bar que está justo enfrente al café de donde la rara me acaba de echar. No sé qué es lo que haré, no sé dónde estoy, me siento confundido y agotado. Siento el cuerpo cansado y lento, como si no hubiese dormido en varios días.

Espero que el semáforo dé rojo y cruzo la calle, abro la puerta del bar e ingreso al sitio, está casi vacío y la chica que está tras el mostrador juega concentrada con su celular. Camino hasta la barra, lo único que necesito es un trago y un poco de tiempo para ordenar mis ideas.

Hago un recuento mental de lo que recuerdo. Una carretera sin luces, mucho enfado, velocidad y... Desperté con dolor de cabeza en un sitio que no conozco, un viejo me dijo que busque a una rara, me dio un extraño reloj y me dijo que tengo poco tiempo. La rara no quiere ayudarme, el tiempo se me acaba, pero no sé para qué. A lo mejor solo estoy en una pesadilla y despertaré en cualquier momento.

Levanto la mano para llamar a la camarera, pero sigue con el teléfono. Le chisto, pero me ignora. Camino enfadado hasta la barra y me planto en frente.

—¿No tienes ganas de trabajar hoy? —inquiero. No me mira, no me responde—. ¿Disculpa? ¿Estás sorda? —pregunto.

La muchacha sonríe como tonta hacia la pantalla de su celular sin siquiera levantar la vista, paso mi mano por frente a su cara en un intento de llamar la atención, pero no responde.

—¡Es el colmo! —exclamo y me dejo caer sobre una de las butacas de la barra.

En ese momento un joven entra al local y se acerca a la barra.

—¿Me das una cerveza? —pide.

La muchacha levanta la vista y asiente, saca una botella del refrigerador, la abre y le pasa con un vaso. Yo levanto las cejas y la miro incrédulo. ¿Qué demonios?

—¿Y yo qué? —inquiero casi en un grito.

El muchacho agradece y se acerca a donde estoy yo. Está a punto de sentarse en mi regazo. ¿Qué le sucede?

—¡Idiota! —intento empujarlo, pero mis manos atraviesan su cuerpo.

—Hace frío acá —menciona al tiempo que se sienta en el sitio en el que yo estoy sentado.

Siento un calor ingresar a mi sistema y una especie de mareo hace que salga casi disparado hacia un lado.

—Uf —El tipo se estremece.

—¿Te sientes bien? —pregunta la camarera.

—Fue... no lo sé... —niega—. Estoy bien...

Me incorporo sobre mí mismo y miro mi cuerpo, mis piernas, mis brazos, mis manos... No veo nada raro en mí, pero lo que acaba de suceder no tiene sentido alguno. Voy hasta el chico y le toco el hombro, él no me hace caso. Me acerco a la muchacha e intento sacarle el celular de la mano, mi mano atraviesa el aparato.

—¿Qué me sucede? —pregunto, ninguno me mira.

Estoy a nada de perder el control, siento que me late la cabeza y el corazón se me acelera como si se me fuera a salir del pecho. No entiendo lo que sucede, estoy mareado, confundido, adolorido. Corro hacia afuera y comienzo a seguir a las personas que pasan por allí, les grito, les hablo, nadie me ve, nadie me responde. Intento tocarles, pero no me sienten, mis manos se vuelven humo al pasar por el cuerpo de la gente y lo único que sucede de vez en cuando es que la persona a la que toco se sacude como si tuviera un bicho encima.

Vuelvo a cruzar la calle y me detengo delante de los vehículos que están a la espera de que el semáforo se ponga en verde, grito, golpeo parabrisas, me subo encima de los autos. Nadie me escucha, nadie me ve, nadie me siente.

—Ayúdenme... ¿Qué sucede? —pregunto sin éxito.

El semáforo da verde y los autos aceleran, me atraviesan y yo me siento mareado, aturdido, agotado. Llego al otro lado como puedo y me dejo caer en la acera. No sé qué hacer, no lo soporto. Miro el reloj en mi muñeca, el polvo negro ha caído y ya hay un puñado de él en el otro lado... el tiempo se me acaba, es todo lo que sé. ¿Para qué? No tengo idea.

Recuerdo al viejo y sus palabras: El tiempo corre, busca a la muchacha... Intenta salir de aquí...

Levanto la vista al ventanal del café y la veo, me observa, pero al darse cuenta de que la miro finge leer un libro. Suspiro, no sé cómo o qué tengo que hacer, pero ella parece ser la única que puede verme así que tendrá que ayudarme, lo quiera o no.

Ingreso de nuevo al café y ella se levanta.

—Amelia, voy a clases —dice y toma una mochila amarillo chillón de uno de los estantes.

—Es temprano —responde la otra muchacha.

—Tengo que hacer un trabajo —añade la rarita y sale con velocidad. La tal Amelia la mira con desconfianza y se encoge de hombros.

Yo la sigo.

—¡Ey, espérame! —grito, pero me ignora—. No finjas que no me ves porque sé que lo haces... —No responde.

Saca de la mochila un auricular y se lo pone, elije una lista de reproducción en el celular y levanta al máximo el sonido. La sigo, pero por más que le grito ha decidido ignorarme.

Camino a su lado hasta la estación del metro, no me apartaré de ella, como sea en algún momento tendrá que responderme. Me siento a su lado hasta que alguien se sienta encima y tengo que moverme, la sensación es horrible. La veo sonreír y me entran unas ganas terribles de darle un puñetazo.

—No te burles, imbécil —mascullo a su lado.

Ella sacude el aire sobre su oído como si quisiera espantar una mosca.

—No te vas a librar de mí, me voy a convertir en tu sombra... tendrás que dejar de ignorarme porque no sabes lo intenso que puedo llegar a ser.

La tonta no me mira, si no fuera porque hace rato me habló, juraría que no me ve... pero sé que lo hace, sé que me siente y el ligero temblor en sus manos me hace saber que está nerviosa por más que intente mostrarse normal.

Es cuestión de tiempo, caerá... ninguna chica se me ha resistido jamás y esta rarita no va a ser la excepción. 

Bueno, al parecer Agus se ha dado cuenta de que algo sucede

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Bueno, al parecer Agus se ha dado cuenta de que algo sucede... 

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