El día de la exposición tuve que sentarme junto a Antonio a esperar nuestro turno, después de la visita a su casa no habíamos vuelto a cruzar palabra.
—¿Quién habla primero? —preguntó desganado.
—Debería ser yo pero si te es más cómodo hazlo primero.
Ese detalle se me había pasado por alto al momento de hacer el trabajo, lo mejor sería que él fuera primero porque lo arruinaría y yo podría exponer lo que se perdiera en su presentación. Pero si iba último, lo que olvidara decir sería irrecuperable.
—Habla tú primero.
Asentí, ya estaba resignado.
Nuestros compañeros pasaron también emparejados, algunos más confiados, otros más avergonzados. El profesor ocupaba un lugar al fondo de la clase, lejos, dejando indefensos a los que se paraban frente a todos. Cuando sucedían pausas largas o alguna explicación quedaba incompleta, sonaba su "¿Y?" a modo de aviso, indicándole al alumno que se le estaba pasando algo por alto en su exposición, esencial para completar la presentación y hacer diferencia en la nota final. Pero no era en todos los casos, algunas presentaciones eran tan malas que él no decía nada, no daba indicaciones ni segundas oportunidades a quien estaba olvidando lo más importante del tema que debía tratar. No había un "¿Y?" cómplice que los guiara.
Cuando llegó nuestro momento hubo un par de risas dirigidas a Antonio por ser un bruto emparejado con el cerebrito. Las respondió con gestos de burla como si no fuera importante y a él también le causara gracia la combinación, el profesor solo pidió silencio. Mi exposición fue correcta y prolija aunque aburrida y monótona a los oídos de mis compañeros que cuando me miraban contemplaban algo más allá: la hora del descanso que se demoraba. Pero en el turno de Antonio las cosas cambiaron. A él sí lo miraron con atención, esperando que hiciera el ridículo o que se hiciera el gracioso, y esas miradas le pesaron. Intentó hacer su parte de la presentación ante las expresiones que encontraban graciosas sus trabas y olvidos, no duró mucho antes de optar por rendirse. Cedió a lo que la clase exigía de él para volver a ser esa persona superada y relajada mientras levantaba los hombros.
—No me acuerdo más —le confesó al profesor con una sonrisa que decía que no le interesaba acordarse, ni intentarlo, ni su calificación.
Y al profesor no le importó tampoco, porque Antonio era de los que no valían la pena.
—Bueno, que pase el que sigue —descartó.
Sentí que algo se atoraba en mi garganta. Quise defender la presentación, reclamarle al profesor su indiferencia. Antonio no lo hizo bien pero podía hacerlo un poco mejor si le demostraba un mínimo de estima y consideración. Era el mismo fastidio que me provocó Nancy al reírse de él, el mismo fastidio que me provocaba Antonio cuando se reía de otros. Pero no tuve el valor de expresar nada, las miradas de nuestros compañeros también me pesaron, si decía algo semejante llamaría demasiado la atención y se acordarían por semanas de mi osadía.
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La sombra sobre las flores
General FictionJerónimo descubre de pequeño que vive en un mundo donde hay cosas que no tiene permitido hacer por haber nacido hombre. Aprende rápido que debe disimular y fingir lo que siente para no defraudar a quienes quiere. En su adolescencia confirma que no e...