Capítulo 5

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Tendría que haberme dado cuenta cuando entró para que no me tomara por sorpresa pero no lo noté, no puse atención

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Tendría que haberme dado cuenta cuando entró para que no me tomara por sorpresa pero no lo noté, no puse atención. Podría haber decidido en esos segundos qué actitud mostrar, qué cara poner, aunque dudaba que pudiera prepararme en tan poco tiempo. Fue solo cuando Valentín salió del cuartito y se acercó a nosotros que entendí las expresiones de mis compañeros. Claro que sus expresiones cambiaron, se normalizaron, cuando él entró a la zona detrás del mostrador donde nos reuníamos. Se apoyó en el mueble poco interesado en mi presencia, inspeccionó brevemente su ropa y sacudió algo que solo él veía antes de acomodarse el pelo. Rafael y Simón lo saludaron y, antes de que abriera la boca para responder, supe qué era eso que causó esa expresión de sobre aviso que me dieron. Valentín era lo que se llamaba afeminado. Estaba en sus gestos, su postura, en sus movimientos y luego confirmé que también en su manera de hablar.

—Hola —respondió con sencillez, sin ganas de adornar el saludo.

—Este es nuestro nuevo compañero, Jerónimo —presentó Simón golpeando mi hombro.

Levantó la cabeza y me dedicó una mirada dura mientras me daba la mano. Su apretón fue más firme que el mío, lo que evidenció, al menos entre nosotros, que quise soltar su agarre más pronto de lo que correspondía. Tomé conciencia de ese detalle y temí enrojecer pero no supe si lo hice o no. Tampoco pude controlar mi comportamiento y bajé la mirada haciendo de cuenta que un papel en el piso llamaba mi atención.

Los tres hablaron un momento, pasando novedades sobré qué estaba hecho y qué faltaba hacer. Yo me mantuve alejado en corazón y alma porque no podía salir de ese espacio hasta que terminaran la charla. Rafael dio la señal que me liberaba para que dejáramos el puesto al turno tarde y marcharnos. Fuimos al cuartito a buscar nuestras cosas donde traté de imitar la tranquilidad de mi compañero para disimular mi apuro. Al volver a pasar por al lado del mostrador para salir del local, las despedidas y las palabras siguieron, pero no pude participar por una repentina timidez que me atacó. Ni siquiera me despedí.

Una vez afuera, Rafael caminó a mi lado en lugar de irse en su dirección esperando que dijera o preguntara algo.

—No es malo —comentó ante mi silencio.

Se detuvo e hice lo mismo. Siguió esperando alguna palabra de mí y puso cara de problema.

—No es malo —repitió—, trabaja bien... —Estudió mi rostro antes de seguir—. Es cuestión de acostumbrarse. No sé, no es que me agrade, nunca lo hubiera elegido de compañero pero yo no decido eso —lamentó—. Él sabe cuál es su lugar, no se mete con nosotros y se ocupa de su trabajo.

Me miró con pena, como si entendiera mi incomodidad cuando en realidad la malinterpretaba.

—Espero que no renuncies por esto —trató de bromear.

Ni siquiera pude responder esa broma porque por dentro tenía ganas de no volver a ese local.

—Tengo que irme —murmuré.

La sombra sobre las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora