Ser novios cambiaba muchas cosas. Principalmente las cosas dentro de mi cabeza.
El futuro, de repente, era diferente. Tener novio siempre me pareció un acontecimiento lejano, difícil, que podría ocurrir solo bajo mentiras y secretos. Fingiendo que no había tiempo para novias, creando excusas, escondiendo la relación, juntos a solas pero con vidas separadas frente a los demás. Viviendo a medias, resistiendo cualquier malestar, sonriendo con inocencia, mirando hacia otro lado.
Pero con Valentín nada de eso ocurriría y, aunque me asustaba un poco, me salvaba de ese futuro agobiante. Tampoco sabía cómo enfrentar ese nuevo futuro pero con él a mi lado, pasara lo que pasara, no me sentiría solo ni abandonado por el mundo. Con él a mi lado dejaba de estar a la deriva y pisaba tierra firme. Abandonaba un mar oscuro para llegar a una isla llena de luz.
Mi mamá y yo no intercambiamos muchas palabras cuando llegué. Ella me miraba esperando que detallara más sobre el lugar donde pasé la noche porque era evidente que no creía en la versión del amigo. Quería que confesara lo que erróneamente sospechaba: la existencia de una novia. La ingratitud de su hijo necesitaba nombre y apellido porque no podía ser producto de su propia voluntad. Pero no me interesaba su nueva meta y dejé que alimentara la idea de una nuera con la cual resentirse. Era lo mismo, tarde o temprano tendría algo más grave para odiar: a mí por lo que era. Preferí, en cambio, dedicar tiempo a mi acto de rebelión privado.
Tejer calmaba mi mente y ponía mis emociones en control, posiblemente por la atención que requería el trabajo manual. Me ayudaba a sentir que mi realidad se mantenía en la dirección correcta, me daba confianza, representaba uno de los tantos cambios que debía hacer. Si me había atrevido a tejer, entonces me atrevería a otras cosas.
Agustina, curiosa como siempre, se acercó con sigilo a mi cuarto y se sentó en una silla a mirar cómo tejía.
—¿Estuviste en la casa de tu amigo gay?
Ya no tenía problemas para mantener los puntos iguales y de a poco la bufanda se formaba en mis manos pero aún debía poner atención a cada movimiento. Cuando escuché la pregunta detuve el trabajo.
—Sí.
Acomodé el ovillo y revisé la bufanda. Ella quedó a la espera de más información.
—¿Es buena persona? —preguntó con curiosidad.
Me dolió el cuestionamiento porque sonaba a que una cosa no podía coexistir con la otra.
—Es bueno... es la mejor persona que conocí en mi vida. —Decir esas palabras alejaron la amargura, su rostro se hizo presente en mi mente llenándome de fuerza y esperanza. Él quería ser feliz conmigo. —Me gustaría ser como él —agregué reafirmando mi admiración.
Pero Agustina no entendía a qué me refería.
—¿Como él? —repitió con un gesto raro.
—La gente lo trata mal y él le hace frente a todo, incluso con miedo o tristeza. No es algo que cualquiera pueda hacer. Su fuerza es impresionante.
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La sombra sobre las flores
General FictionJerónimo descubre de pequeño que vive en un mundo donde hay cosas que no tiene permitido hacer por haber nacido hombre. Aprende rápido que debe disimular y fingir lo que siente para no defraudar a quienes quiere. En su adolescencia confirma que no e...