Capítulo 6

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Ese fin de semana me tocó trabajar con Valentín, haciendo el turno mañana tanto sábado como domingo

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Ese fin de semana me tocó trabajar con Valentín, haciendo el turno mañana tanto sábado como domingo.

Fui porque me daba más vergüenza renunciar; mi mamá se pondría feliz si lo hiciera, tendría su oportunidad para insistir en que me quedara en la tienda dejándome con poco argumento para discutir. Pero la vergüenza no era solo con ella, también era la idea de que todos asumirían que renunciaba por Valentín. No soportaba la humillación que causaría al dar de qué hablar y de qué reír a espaldas de él. Una humillación que también yo sufriría, en secreto pero igual de dolorosa.

Me paré junto a la puerta del Blockbuster antes de las diez a esperarlo, a mi alrededor ya aguardaban algunas personas la apertura del videoclub, dispersos en la vereda, pacientes y de buen humor. Varios cargaban con compras de panadería y supermercado, las películas eran lo único que les faltaba para disfrutar del sábado. Cuando llegó mi compañero no hubo tiempo de intercambiar ni un saludo, los clientes dedujeron que abríamos y se aproximaron apurándonos a entrar. Valentín dejó la puerta abierta y la gente ingresó a pesar de estar todo apagado, indiferentes a nuestra necesidad de preparar el local, la luz del sol era suficiente para ellos mientras pudieran ver las cubiertas de las cajas. Aun así, sin sacarse la mochila que llevaba, acostumbrado a ese comportamiento, Valentín prendió las luces y las computadoras. En ese ritmo que nos forzaban a tomar, no hubo oportunidad de que se diera un intercambio de palabras con él como el que temía. Más personas entraron, otros ya tenían en sus manos las películas que llevarían. Me quedé en la caja y Valentín se ocupó de acomodar las copias dejadas en el buzón, prender el televisor donde siempre se pasaba un estreno y colgar los carteles con las promociones, luego me acompañó en la caja continua y allí nos quedamos sin tiempo para ninguna otra cosa.

El local se abarrotó, cada vez que alguien salía, dos más entraban. Era muy diferente al flujo que experimenté en los días anteriores. Frente a la caja teníamos una fila que se formaba dentro de un laberinto de cintas con clientes que cargaban varias películas e iban tomando snacks que se colocaban a su alcance. Snacks que casi no se vendían en los días de semana pero la espera en la fila hacía su magia, lo mismo ocurría con los helados, a pesar de su elevado precio que nadie pagaría en otro lugar. Pasando el mediodía, en horario de almuerzo, se calmó la oleada de clientes. Valentín me dejó solo en la caja para reponer dulces, acomodar películas y barrer en lugares específicos donde los clientes habían ensuciado. No se podía hacer la misma limpieza que en la semana, el tiempo no era suficiente y las personas no daban el espacio, pero él era eficiente, ágil y preciso. Conocía cada rincón y se deslizaba pasando desapercibido, sabía hacerse a un lado en el momento justo para no molestar ni interrumpir los procesos de selección, también sabía demorarse lo necesario al acomodar o limpiar y así no ofender a quien estuvo allí antes. Su expresión siempre seria, su mirada siempre atenta a todo lo que ocurría a su alrededor.

Al volver a la caja me habló.

—¿Quieres aprovechar para tomar tu descanso? —preguntó mientras acomodaba las bolsas que reponía.

La sombra sobre las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora