Capítulo 26

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La irrealidad me duró apenas un par de días hasta que tuve que compartir un turno con Simón

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La irrealidad me duró apenas un par de días hasta que tuve que compartir un turno con Simón. Esperaba que optara por una actitud indiferente, como la que utilizaba Rafael cuando no se encontraba en la compañía de quien quería, pero eso habría sido tener suerte. En el horario de la mañana, desde el momento en que nos encontramos en la puerta del local, mi compañero se mostró alterado y molesto. Su cara era la de alguien indignado y su saludo fue forzado, bajo, dolido; era pura decepción. Entré detrás de él y contemplé cómo se movía con apuro, manipulando todo lo que tocaba con descuido, bufando, ignorándome, manifestando su rechazo con un lenguaje corporal brusco. Verlo actuar así me puso nervioso, el enojo no era algo que lo caracterizaba, nunca se enfadaba, ni siquiera con el peor de los clientes. Como esos perros callejeros que desconfían de los humanos, me quedé cabizbajo y lejos de él, sintiendo que el contacto visual, o un acercamiento, podría provocar una reacción innecesaria. Trabajamos solos, separados, cada uno tomando una tarea diferente, y cuando uno estaba en el mostrador el otro no se acercaba. Luego de un par de horas de descargar su molestia con objetos inanimados y sin clientes dentro del local, la emoción que hervía dentro de él detonó. Actuó como si hubiera estado esperando la ausencia de personas para buscarme, decidido a solucionar lo que para él era un problema.

—Lo que dijiste fue una broma, ¿verdad? ¿O una venganza?

Entre los estantes llenos de películas, no resurgió en mí ese coraje o impulso que me hizo insinuarle la verdad subido a su moto. Por el contrario, me invadió la vergüenza y no pude enfrentar su mirada.

—No fue broma —murmuré.

—¿Una venganza por todo el asunto de Valentín?

—Tampoco fue venganza.

No se sorprendió.

—Es que no puede ser cierto —acusó. Esperó mi respuesta, observó mi tímida reacción y mi silencio lo molestó un poco más—. No puede ser cierto —insistió con una voz que exigía que le diera la razón.

—Es cierto —dije como si lamentara mi propia respuesta.

Volteé para seguir limpiando, incómodo y apenado. Mi lamento y vergüenza estaban en no tener la fuerza necesaria para defenderme, sostener con dignidad mi confesión, o, por lo menos, ignorarlo con altura.

—Pero... —siguió Simón sin querer dejarme en paz—. A ti no se te nota, no actúas como esa gente. Estuve pensando y se me ocurrió que Valentín pudo haberte metido alguna idea rara en la cabeza.

Podría haber oído cualquier juicio, cualquier descargo, para dejar que se cansara de mí y se marchara, pero la mención de Valentín junto con una acusación absurda no me dejaron.

—Valentín no tiene nada que ver.

—Yo creo que puede tener mucho que ver.

—No tiene nada que ver. —Por primera vez lo miré—. Soy gay desde antes de entrar a trabajar aquí.

La sombra sobre las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora