Capítulo 42

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El comportamiento de mi mamá no cambió en lo absoluto, como si estuviera decidida a mantenerse amable y cariñosa pasara lo que pasara

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El comportamiento de mi mamá no cambió en lo absoluto, como si estuviera decidida a mantenerse amable y cariñosa pasara lo que pasara. Me ponía incómodo y nervioso porque no podía entenderlo. Cuando me quedaba solo con ella, el miedo a que revelara algo que mantenía oculto me hacía huir. Me quedaba en mi cuarto aunque eso no me protegía de nada, un golpe en la puerta podía ser el anuncio de un desastre a punto de ocurrir.

Tejer me distraía y alejaba de toda la situación. Me pasaba el tiempo libre armando cuadraditos de color amarillo y blanco que gradualmente se veían más parejos y prolijos. Tenía planeado unirlos y hacer un cobertor con ellos, me llevaría mucho tiempo pero estaba convencido que al terminarlo ya no tendría problemas para tejer cuadrados.

Unos golpecitos minúsculos en la puerta me dieron la señal de Agustina.

—Puedes pasar.

Entró sin hacer ruido ni decir nada y se sentó a mi lado. Me di cuenta que algo la tenía mal, su expresión y falta de energía la delataban, pero esperé un poco para darle tiempo a que hablara. Ella miró cómo tejía, luego revisó la caja de zapatos donde guardaba los cuadraditos ya terminados.

—¿Te falta mucho? ¿Cuántos lleva un cobertor? —preguntó levantando uno.

—No lo sé.

Siguió revolviendo la caja.

—También quiero uno, pero rosa. Rosa oscuro y rosa claro.

—Está bien.

—Y algunos que sean verdes, para que parezca un cobertor de frutilla.

—Es una buena idea.

—Ajá, es mía.

Pero no estaba contenta ni orgullosa por su diseño.

—Bueno, ¿y qué te pasa? —pregunté finalmente.

Hizo un gesto como de puchero.

—Discutí con mis amigas.

—¿Por qué?

Levantó los hombros sin querer responder. No me sorprendía, no era la primera vez que tenía problemas con amigas o compañeras de colegio. Cada tanto sucedía que alguna se burlaba de ella por no poder salir de casa sola, ni participar de las pijamadas, ni ir a discotecas.

—Cuando empiecen las clases vas a poder hacer más amigas —traté de distraerla—. Ya falta poco.

No emitió ninguna opinión al respecto, solo siguió mirando cómo tejía. Sentí mucha pena por ella y estiré mi brazo para darle un medio abrazo.

—Pero no hagas más amigas tontas.

Se apoyó en mí por un rato, dejándose mimar, pero sentí que mis palabras estaban lejos de animarla. Pensé en algo que le gustara que pudiera usar en su comienzo de clases, para llamar la atención y lucirse, pero el uniforme no dejaba muchas opciones.

La sombra sobre las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora