Agustina me miró desde la puerta de la cocina media dormida y media sorprendida.
—Estás en casa —señaló.
Asentí como si no tuviera nada de raro lo que intentaba resaltar con sus palabras.
Las vacaciones de Valentín se habían acabado y ya no podía escabullirme a su habitación con gran frecuencia. Así que volvía a dormir en casa con normalidad.
Mi hermana se paró a mi lado viendo cómo me preparaba un sándwich a modo de desayuno pero al terminarlo se lo ofrecí a ella que lo tomó con gusto. Sacó jugo del refrigerador mientras yo preparaba un nuevo sándwich para mí. Mamá se encontraba en la tienda y nosotros pudimos desayunar con calma, sin la tensión que se generaba bajo su mirada. Ninguno de los dos estábamos a salvo de sus muestras de resentimiento; hacia Agustina por no trabajar en la tienda y hacia mí por dormir en casa ajena. Ambos nos sentíamos mejor sin su compañía.
—Lurdes ya tiene fecha de casamiento —anunció de golpe.
En realidad, para mí fue de golpe. Ella lo contaba ilusionada, mirándome con alegría, porque significaba fiesta y ropa nueva.
—Ah, ¿si?
Fingí desinterés para ocultar el malestar que me producía el avance de esa relación.
—Cuando empiece la primavera. Es una idea muy romántica.
Eso era un poco más de medio año. Comí sin agregar nada mientras mi hermana especulaba cosas sin importancias sobre la iglesia, el vestido de novia, el pastel y el salón donde se haría la fiesta.
—Ojalá use velo y guantes largos —suspiró acariciando su brazo desde la muñeca hasta el codo—. Guantes de raso.
Ulises se casaría. Seguía pareciendo extraño y absurdo pero aterrador a la vez si lo pensaba seriamente. Escuchando a Agustina hablar de la iglesia y el vestido de novia, junto con toda la escena de película que armaba en su cabeza de nuestra prima caminando al altar, no pude evitar imaginarlo llorando. Sonreiría para todos, eso siempre le salía bien, pero por dentro lloraría con su alma rompiéndose en pedazos.
—Todavía falta mucho —interrumpí de pronto—. Primero está tu cumpleaños.
El giro de la conversación fue repentino pero efectivo, Agustina puso toda su atención en mí.
—Tienes que pensar en cómo vas a celebrarlo —la animé para que dejara atrás el tema del casamiento.
Tomó un poco de jugo confundida.
—¿Pensar en qué? Siempre es la misma reunión aburrida aquí o en la casa de los abuelos.
Es posible que mis noches fuera de casa me estuvieran haciendo más atrevido o que la infelicidad que representaba ese casamiento me empujara espantado de los arrepentimientos, pero, cualquiera fuera la razón, en ese momento no me importó romper un poco más las costumbres de nuestra familia.
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La sombra sobre las flores
General FictionJerónimo descubre de pequeño que vive en un mundo donde hay cosas que no tiene permitido hacer por haber nacido hombre. Aprende rápido que debe disimular y fingir lo que siente para no defraudar a quienes quiere. En su adolescencia confirma que no e...