El día domingo, media hora antes del cambio de turno, llegó Walter. En ese momento me encontraba junto con Rafael; él atendía un cliente mientras que yo retrocedía el estreno de la semana para que comience desde su principio una vez más. El encargado entró con mala cara. Normalmente su expresión era seria, un poco actuada, para no dar confianza, pero ese día estaba molesto de verdad. Nos miró desde la puerta con severidad, inspeccionando desde allí lo que hacíamos. Le gustaba llegar de sorpresa, a cualquier hora, para atraparnos holgazaneando o descubrir el local descuidado. Nunca sucedían esas cosas pero siempre miraba con desconfianza, como si lo estuviéramos engañando. Con el tiempo me di cuenta que eso también era parte de su acto. Sus visitas eran breves, apenas unos minutos, se llevaba el dinero recaudado y desaparecía. A veces no lo veíamos por varios días y nosotros creíamos que esa ausencia también era calculada. Como no le gustaba que le prestáramos atención cuando estaba en el videoclub, teníamos que seguir trabajando como si no estuviera presente, y él daba vueltas revisando cosas al azar. Ese domingo hizo más o menos lo mismo pero su malhumor no era creado por sospechas, algo pasaba. Salió y regresó con una caja que llevó directamente al cuartito. Luego se acercó a nosotros.
—Esas son decoraciones de Navidad —dijo sin saludar—. Cuando las pongan, no dejen nada al alcance de los niños.
Asentimos.
Entró al lugar donde estábamos para tomar la recaudación y revisó el suelo con la mirada buscando algo para criticar. Después siguió dando vueltas tocando todo, examinando distintas cosas para cerciorarse de si algo requería mantenimiento o no. Su falta de apuro nos dio la sensación de que se quedaría hasta el cambio de turno para corroborar que nuestros compañeros llegaban en horario. Cuando terminó con lo que había dentro del local, se paró en la vereda a observar los vidrios, los carteles y el buzón.
Rafael lo miraba con desconfianza.
—Tiene cara de estar enojado de verdad —murmuró— pero, hasta donde sé, nadie hizo nada malo.
Walter entró de nuevo evitando que habláramos de él y se quedó parado junto al mostrador, esperando.
Simón llegó antes de las cuatro y, al ver al encargado, optó por un comportamiento discreto, en lugar de hacerse el gracioso saludó con educación antes de dejar sus cosas en el cuartito. Una vez que estuvo con nosotros, nos dedicamos a esperar a Valentín.
Cuando se hicieron las cuatro, él no había llegado. Nos miramos de reojo entre los tres, extrañados y anticipando la queja de Walter. Pero Walter no se quejó, siguió esperando. Pasaron diez minutos y Valentín no aparecía. Rafael me hizo un gesto mientras tocaba su reloj para luego señalar al encargado. Me decía que no era una coincidencia la tardanza de nuestro compañero y la visita en el cambio de turno. Era muy raro que Valentín llegara tarde y, con la sospecha que Rafael plantó en mí, comencé a ponerme ansioso. Así seguimos hasta que se hicieron las cuatro y cuarto.
—Bueno —habló de repente Walter volteando hacia nosotros—, viendo que falta gente, ¿quién se va a quedar?
—Yo me quedo —respondió Rafael.
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La sombra sobre las flores
General FictionJerónimo descubre de pequeño que vive en un mundo donde hay cosas que no tiene permitido hacer por haber nacido hombre. Aprende rápido que debe disimular y fingir lo que siente para no defraudar a quienes quiere. En su adolescencia confirma que no e...