Cuando abrió el nuevo McDonald's me pareció una buena idea visitarlo con Agustina. De esa forma ella saldría un poco de la casa y mejoraría su humor. Vivía encerrada en su cuarto a modo de protesta y se negaba a trabajar en la tienda mientras no recibiera un pago acorde.
Me asombraba su determinación y arrogancia, a mí, a su edad, ni se me hubiera pasado por la cabeza pedir que me pagaran.
A media mañana bajé a la tienda para avisar a mamá de mi plan para almorzar con mi hermana y ahorrarle el tener que cocinar.
—Tiene prohibido salir —fue su respuesta.
No tendría que haberme sorprendido pero me sorprendió.
Ella acomodaba las botellas de Coca-Cola y Pepsi en la heladera. Con el calor del verano la heladera siempre debía estar llena, nadie quería gaseosas si no estuvieran frías.
—No hizo nada malo.
Se detuvo para verme perpleja.
—No hace nada, que es diferente —replicó—. No ayuda y se comporta de forma insolente.
Era una nueva discusión sobre lo mismo. Me apoyé en el marco de la puerta cabizbajo, no quería otro enfrentamiento.
—Deberías hablar con ella —dijo con firmeza—, tú siempre ayudaste en la tienda. Si tú podías, ella tiene que poder.
El suelo tenía un cerámico desgastado en los bordes, puse atención en cada defecto, cerca de la pared había uno quebrado. Lo mejor era irme sin decir nada, no permitir que esa conversación avanzara ni enredarme en algo que podría ponerme en una situación incómoda. Pero no decir nada se sentía incorrecto.
—Yo lo hacía para quedar bien —respondí sin dejar de mirar el piso.
—¿De qué hablas?
Levanté la cabeza con duda.
—Lo de ayudar en la tienda. Lo hacía para quedar bien.
No supo cómo reaccionar y se quedó mirándome confundida.
—¿Qué te pasa?
—Es la verdad. ¿Soy mala persona por decirlo?
No respondió, volvió a ocuparse de las botellas, manejándolas con brusquedad, claramente ofendida. Su hijo no hacía más que traicionarla en cada intercambio. Aproveché la distracción que se creó con la entrada de un cliente para retirarme. No era un reclamo decir que lo hice para quedar bien, era una realidad. Todo en mi vida era para quedar bien. Yo era un arreglo floral para el deleite de otros y me estaba marchitando, no quería seguir siendo una decoración, quería ser una mancha en la pared si eso significaba ser libre. Fui al cuarto de Agustina y toqué a su puerta en un ritmo musical, con eso pudo distinguir mi llamado del de nuestra madre.
—Sí —respondió.
Metí la cabeza para encontrarla con una revista en la mano, la radio de fondo promocionaba los 40 temas principales que escuchaba religiosamente.
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La sombra sobre las flores
General FictionJerónimo descubre de pequeño que vive en un mundo donde hay cosas que no tiene permitido hacer por haber nacido hombre. Aprende rápido que debe disimular y fingir lo que siente para no defraudar a quienes quiere. En su adolescencia confirma que no e...