Capítulo 34

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No desistí con el abrazo

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No desistí con el abrazo.

—Nada es tu culpa —murmuré.

Presioné su cuerpo contra el mío buscando hacer desaparecer el temblor, calmar sus ideas de rotura y demostrarle que mi afecto no estaba influenciado por conveniencias. Sufriría más sin él que con cualquier humillación que pudiera experimentar. La hamburguesa se me revolvía en el estómago.

—Adoro estar contigo —aseguré—. Soy feliz a tu lado y nadie más puede darme eso. Puedes ilusionarte todo lo que quieras porque voy a seguirte hasta el fin del mundo.

—Eres tonto —susurró en respuesta.

Sus brazos me rodearon y dejó descansar su cabeza en mi hombro. Las burlas, las risas, las papas volando, todo se repetía en mi cabeza con gran claridad. La visión de Antonio sentado en silencio solo aumentaba el desamparo y la impotencia. Era la injusticia de vivir en un mundo que separaba todo en "normal" y en "diferente", acorralándonos de un lado o del otro.

Valentín se apartó de mí. Su rostro estaba lleno de tristeza, las comisuras de sus labios caídas daban la sensación de que lloraría, pero actuó de la única forma que sabía actuar: con una amarga resignación.

—Es mejor irnos.

Empezó a caminar con la mirada puesta en el suelo y lo seguí consciente de que mi expresión podría no verse diferente a la de él.

—Te acompaño a tu casa.

Tomó aire como para protestar pero no dijo nada. Sin intercambiar más palabras seguimos por una calle paralela a la principal. Lo observé con atención, preocupado por su idea de terminar nuestra relación. En mi garganta se atoraba la necesidad de decir frases automáticas como que todo estaría bien o que debíamos olvidar lo sucedido en el McDonald's, una más absurda que la otra. Valentín se mantuvo cabizbajo todo el trayecto, solo en la parada del autobús volvió a dirigirse a mí.

—No hace falta que me acompañes, vete a tu casa —pidió apenado.

—Quiero acompañarte.

Mis palabras lo entristecieron un poco más.

En el autobús volvió al viejo hábito de observarse las manos, estudiando cada milímetro, repasando cada detalle, imaginando un mundo donde no fuera odiado. En un mundo así, ilusionarse no tendría nada de malo. Toqué su mano para que no me dejara fuera de ese sueño y respondió acariciando mis dedos con culpa.

En la esquina de su casa me murmuró un gracias sin mirarme.

—No quiero dejar de verte —rogué.

Valentín buscó qué decir pero nada salió de él.

—No tenemos que dejar de vernos —insistí.

Levantó la cabeza y me miró lleno de dolor.

—Estar conmigo no te conviene.

La sombra sobre las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora