Capítulo 4

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Mis encuentros con Antonio terminaron junto con el secundario

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Mis encuentros con Antonio terminaron junto con el secundario. Nunca logró simpatizarme por completo, en clases era desagradable y luego conmigo se mostraba discreto e inseguro, ambas cosas me incomodaban. Me molestaba cómo después del sexo se quedaba mirando el techo con arrepentimiento en los ojos. Nunca lo verbalizó pero sabía que lamentaba lo que hacía conmigo, o mejor dicho, con otro hombre. Para él, cada encuentro era una confirmación de algo que no quería confirmar. Me daban ganas de cuestionarle qué temía pero mis palabras no habrían salido de mi boca con preocupación o compasión, habrían sonado a reclamo. Eso se debía a que me generaba un doble sentimiento, por un lado lástima, por su conflicto que no deseaba empeorar con preguntas, y por otro rechazo, porque no era difícil entender que se acostaba con un hombre porque le gustaba. Que actuara como si hiciera algo vergonzoso conmigo me irritaba.

Un día me hizo una pregunta sumamente extraña:

—¿Qué piensas de los gays?

Creí que quería hacer una broma pero estaba serio, en uno de esos momentos de arrepentimiento suyos que le agarraban cada tanto.

—Yo soy gay —aclaré sorprendido por si no se daba cuenta.

No respondió a eso. Entre nosotros había un mundo de distancia y no extrañé acostarme él.

***

Estudiar la carrera para ser docente no fue lo que esperaba, la mayoría de mis compañeros me superaban en edad y había un curioso interés por trabajar en instituciones públicas. Las conversaciones de índole político ocupaban los descansos y escuché más juicios, prejuicios y condenas en esos momentos que en toda mi vida. Un gran cambio de la distendida rutina escolar a la que estaba acostumbrado. En clase no estaba bien visto cuestionar métodos de enseñanza ni el material de estudio, tampoco mostrarse en desacuerdo con los programas educativos y nunca, jamás, podía decirse en voz alta que existían malos profesores. Lo más importante era entender que en el gremio debíamos protegernos entre todos.

No podía saber si tenía compañeros que se sentían tan decepcionados como yo porque los rumores corrían rápido y tener una mala opinión sobre el mundo docente no terminaba bien. Estar en desacuerdo con algo era estar dispuesto a discutir y mantener confrontaciones. Por eso me callaba todo, al principio por precaución, por ser nuevo, recién salido del colegio, luego por inseguridad.

En algún momento, al comienzo de la carrera, se dieron conversaciones sobre las cosas que nunca debían hacerse o decirse, cosas que podían dar como resultado despidos en los que el gremio no intervenía. En los descansos se citaban casos ocurridos aquí y allá, y fue angustioso escuchar la historia de un profesor despedido por ser gay, un hecho aceptado como lógico y natural por quienes eran mis compañeros. Esa fue mi introducción del futuro al que me dirigía y la causa de mi inseguridad.

Pero lejos de pensar en cambiar de carrera, sostuve mi decisión. Opté por tolerar los detalles amargos considerándolos como una mera etapa, una transición de la que debía aprender a reconocer los caminos y las palabras más seguras.

La sombra sobre las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora