Capítulo 7

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Me gustaban mucho los almuerzos en casa y los extrañaba un poco desde que empecé a trabajar

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Me gustaban mucho los almuerzos en casa y los extrañaba un poco desde que empecé a trabajar. Más allá de la comida deliciosa y la compañía, el almuerzo en casa tenía un extra particular: la oportunidad de ver las telenovelas que miraba mi mamá. Una práctica que llevaba tiempo perfeccionando. Siempre alguna novela coincidía con el almuerzo y mi mamá las miraba a modo de recompensa por pasar toda la mañana encerrada en la tienda. Mi hermana también las veía, aunque menos interesada, y esa situación me daba la oportunidad de sumarme como espectador. Cuando iba al secundario y tenía toda la tarde libre, me sentaba en el comedor a hacer mis tareas para mirar de reojo las novelas. Me gustaba el drama de la chica desgraciada, odiada por todos, con el mundo en su contra, y que, a pesar de su sufrimiento, lograba encontrar el amor y la felicidad. Suspiraba por tener un día esa suerte. Pero trabajando, me sentaba a almorzar sin entender qué ocurría ni que tan desdichada era la protagonista.

Sin duda esa era otra de las cosas que podrían considerarse "de mujeres" y por eso no me sentaba por mi cuenta a ver programas de ese estilo. Tenía la esperanza de poder ahorrar para comprar mi propio televisor, en la privacidad de mi cuarto sería libre de ver lo que quisiera. Pero hasta entonces extrañaría las telenovelas.

—¿Qué me vas a regalar cuando tengas tu primer sueldo? —preguntó mi hermana Agustina en uno de los cortes comerciales.

—No le pidas nada —ordenó mi mamá.

—Puede ser algo pequeño —interrumpí con humor.

Porque si era pequeño mi mamá no se quejaría y mi hermana obtendría su regalo.

—Un anillo. No, unos aros —se apuró en responder.

—Cuando me paguen vamos juntos a elegirlos.

Agustina le dedicó una sonrisa triunfante a mamá.

Mi hermana, con sus dieciséis años, estaba pasando por una etapa de pura vanidad. Cuidaba su cabello, cuidaba sus manos, cuidaba su rostro, demoraba en elegir su ropa, los accesorios nunca eran suficientes y le preocupaba verse tan bien o mejor que sus amigas. Envidiaba su derecho de poder darle importancia abiertamente a su aspecto y por eso me prestaba a todo lo que ella quería. Cuando paseábamos se detenía en todas las vitrinas de moda y en los puestos de revistas para ver a sus ídolos en las portadas, y yo vivía un poco a través de ella en esos momentos.

Al terminar la telenovela y el almuerzo quise ayudar a limpiar la mesa pero mi mamá me quitó los platos de las manos.

—Es tu día libre.

—Eso no importa.

Agustina, aún con su uniforme puesto, se acomodó en el sillón para buscar otra cosa para ver en la televisión.

—No gastes dinero en cosas que tu hermana no necesita —aprovechó mi mamá para aconsejar en voz baja—, úsalo en ti.

No discutí, solo sonreí. Y antes de que me diera alguna otra indicación, me puse a preparar café porque, si dependía de ella, ni siquiera me dejaría hacer eso. Mi mamá creía que si ella estaba presente, los demás no debían hacer nada. Me imaginaba que se debía a la culpa ocasionada por todos los momentos en los que tenía que estar en la tienda y nosotros debíamos arreglárnoslas solos.

La sombra sobre las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora