Capítulo 37

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Mientras Valentín entraba a su casa para fingir normalidad corrí hacia la parada del autobús para dar con un teléfono público y cumplir con mi promesa de dar aviso si pasaba la noche fuera

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Mientras Valentín entraba a su casa para fingir normalidad corrí hacia la parada del autobús para dar con un teléfono público y cumplir con mi promesa de dar aviso si pasaba la noche fuera. Escarbé mis bolsillos y mochila por monedas rogando que Agustina atendiera la llamada. No tuve suerte.

—Hola.

—Hola má —saludé medio arrastrando las palabras.

—¿Jero?

—Sí. —Acaricié inquieto el dije de estrella que colgaba de mi cuello—. Llamo para avisar que no voy a volver a casa esta noche.

No respondió pero pude escucharla tomar aire, también pude adivinar lo que pensaba y hasta casi pude oír las palabras que no pronunciaba. Todo acusaba traición y rebelión porque el hijo perfecto se negaba a ser perfecto.

—Voy a quedarme en casa de un amigo —me apuré en agregar.

—Está bien —habló con sequedad—. Ya estás grande, no puedo decirte nada.

Pero lo hizo, con esa última frase. No supe cómo reaccionar, crecer no era un delito. Ella renegaba de no tenerme bajo su control y de verse obligada a respetar mi deseo de pasar la noche fuera. De haber tenido un poco más de carácter le hubiera preguntado si esperaba que fuera un niño toda la vida.

—Tengo que cortar —susurré.

Regresé con prisa sin darle mucha importancia a mi mamá, su queja era irrelevante, como todo lo que hacía o decía últimamente. Valentín era la única prioridad, mi alma se alimentaba de sus actos, de su voz, de su mirada, de sus gestos y de su cercanía.

No tuve que esperar mucho junto al portón, apenas me apoyé en la pared escuché las pisadas que se aproximaban. El portón se abrió un poco y Valentín se asomó.

—¿Pudiste llamar a tu casa?

Asentí.

Como la primera vez, lo seguí y rodeamos la casa. Ingresamos por la ventana de su cuarto con cuidado usando el cantero de apoyo, adentro sonaba la radio para tapar nuestros ruidos.

—Voy a tardar un poco.

Pero en lugar de irse se quedó inmóvil, indeciso.

—Yo espero —intenté animarlo.

Dejé mi mochila en un costado para demostrar que me sentía cómodo y en confianza, a gusto con la idea de esperarlo, para que hiciera lo que tuviera que hacer tranquilo. Su respuesta, un poco inesperada, fue acercarse y besarme. Un beso suave, lleno de ternura, lleno de todas las palabras y pensamientos que no lograba expresar de otra forma. Luego salió del cuarto sin decir nada.

Esperé en su cama deshecha, buscando cosas con la mirada que podrían haber pasado desapercibidas la vez anterior. La tira de lana amarilla estaba sobre la mesa de luz, otra forma de expresión silenciosa de lo que Valentín no verbalizaba. Debajo, el cajón de la mesa estaba entreabierto e investigué lo que había dentro aunque solo encontré lápices y papeles revueltos. En algunos de ellos leí listas de supermercado y cuentas tachadas, todas las hojas arrancadas de un mismo bloc que tomé para escribir "te quiero" y volví a ponerlo entre los papeles. Debajo de la mesa había un cuaderno desgastado con gran parte de sus hojas arrancadas, entre las que quedaban descubrí un par de fotos viejas. No tardé en darme cuenta que se trataba de la madre de Valentín, se parecían mucho; ella se veía contenta en las fotos, él no tanto, como si estuviera posando de mala gana. La versión de Valentín en las imágenes era de un adolescente de más o menos quince años, al cual no podía dejar de observar. Pensé que me hubiera gustado conocerlo a esa edad, hacerme su amigo, entender en qué mundo vivía junto a él, crecer sin soledad y con otro concepto de la realidad. Guardé las fotos por temor a que me encontrara con ellas y no le agradara.

La sombra sobre las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora