El 31 de diciembre me tocó trabajar junto con Valentín pero también con Rafael. Eso nos quitaba toda complicidad y debíamos actuar indiferentes para evitar problemas con el líder de la disconformidad. Las separaciones, el trato frío y el aislamiento no me preocupaban, eso ya ocurría en cierta medida, mi temor estaba en la escalada del conflicto unilateral. Debía colaborar con el acto para no agravar una situación que no sabía cómo enfrentar si empeoraba.
Al llegar al videoclub me quedé apartado ante la cantidad de personas que esperaban frente a la puerta, apuradas, contando los minutos para la apertura. Alguien detectó mi presencia a causa de la ropa y varios voltearon con la ilusión de que yo me ocupara de abrir, sin entender por qué me mantenía lejos. Volteé a mirar hacia la calle, ignorándolos, y del otro lado vi a Rafael a punto de cruzar. La guardia frente al local hizo que lo pensara y se quedó junto al semáforo haciendo tiempo. Ese día nos esperaba mucho trabajo.
Un movimiento repentino entre la gente dio el aviso de que Valentín estaba a punto de abrir y me apuré para entrar junto con él. Rafael apareció a mi lado, justo a tiempo para poder ingresar antes que los clientes. Murmuramos unos saludos y apuramos el paso para encender las luces y las computadoras. El laberinto de cintas no tardó en llenarse, el cual tuve que extender para el resto del día. Aprovechando que Valentín y Rafael ocupaban una caja cada uno, ingresé las películas del buzón y las acomodé, me ocupé del televisor que pasaba el estreno de la semana y revisé que nada faltara en nuestro lado del mostrador. La dinámica entre los tres se organizó en automático, sin necesidad de hablar. Ellos cobraban mientras que yo, parado detrás, embolsaba las películas, respondía a las consultas de los clientes y me encargaba de cualquier suceso dentro del video club. Cuando alguno quería ir al baño o tomarse un descanso, ocupaba su caja y la atención no se veía interrumpida. Con ese orden era mucho más sencillo despachar a la gente.
Estando allí, miraba con atención a mis compañeros que trabajaban a la par y, a la vez, ajenos uno del otro. Sin darme cuenta, vigilaba a Rafael esperando o buscando una reacción desagradable de su parte, temiendo descubrir que su rechazo a Valentín no se limitaba a la indiferencia. Pero no era un día común y corriente que sirviera para evaluar interacciones. No hubo tiempo para conversaciones, ni miradas, ni comentarios, ni actitudes, los clientes no lo permitían.
Fui el último en tomarse un descanso, salí a la calle para aliviar la cabeza del ruido que retumbaba en el encierro del videoclub y dejar de escuchar las mismas preguntas que se repetían en la boca de los clientes que buscaban estrenos y llegaban tarde para encontrarlos. La calle también estaba atestada así como la estación de servicio donde comprábamos bebidas y comida. Se me ocurrió comprarle una gaseosa a Valentín para aliviar el calor, dar ánimos y energía, pero Rafael estaba allí. Contemplé las heladeras con puertas de vidrio del local, pensativo, antes de tomar dos latas de Coca-Cola.
Apuré mi regreso y, sin decir nada, las coloqué junto a ellos. Observé a Rafael que se sorprendió con la bebida y enseguida miró de reojo la lata junto a Valentín, contrariado porque ambos recibían la misma consideración por igual. Por su parte, Valentín volteó un momento a verme.
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La sombra sobre las flores
General FictionJerónimo descubre de pequeño que vive en un mundo donde hay cosas que no tiene permitido hacer por haber nacido hombre. Aprende rápido que debe disimular y fingir lo que siente para no defraudar a quienes quiere. En su adolescencia confirma que no e...