Capítulo 19

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Ese mismo día, más pronto de lo esperado, de la forma más inevitable, mis nuevos valores fueron puestos a prueba

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Ese mismo día, más pronto de lo esperado, de la forma más inevitable, mis nuevos valores fueron puestos a prueba. La vida no permitiría que yo escogiera la manera ni el momento para dar el paso que necesitaba dar, ni siquiera me otorgaría tiempo para prepararme. Con urgencia, me puso en una situación en la que mi cobardía ganaría un terreno definitivo, demostrando frente a Valentín la veracidad de mis intenciones, si hacía lo que siempre hacía: callarme.

Al llegar al trabajo, Simón y Rafael estaban impacientes por reunirse con Nadia y conmigo. Cuando los cuatro estuvimos juntos en el cambio de turno, Simón se encargó de hacer el anuncio.

—Dentro de poco es Navidad y, aunque no tengamos árbol de Navidad en el local —aprovechó para quejarse—, podemos jugar al Santa secreto.

Nadia fue la primera en reaccionar.

—¡Sí!

—Pero tenemos que poner un tope para los regalos —advirtió Rafael—. No hace falta que el regalo sea caro porque no ganamos una fortuna.

—Es verdad —convino Nadia—, tengo que hacerle regalos a mi familia y amigas.

—Algo pequeño entonces. —Simón juntó sus manos formando un círculo para enfatizar la idea—. Podemos hacer el sorteo ahora ya que estamos juntos.

Tomó un pequeño papel que rompió en pedazos más diminutos en los que escribiría nuestros nombres. Pero solo separó cuatro papelitos. No me sorprendí, hasta lo presentí en el momento en que se propuso el juego del Santa secreto. Aunque Valentín fuera tolerante no podía participar en una actividad que lo excluía de una forma tan grosera, lo que habíamos compartido todos esos días terminaría en el tacho de basura más profundo y sucio del mundo. Mientras Simón escribía, el tiempo se me acababa para decir algo. El corazón se me aceleró.

—¿Y Valentín?

Los tres me miraron confundidos.

—¿Qué pasa con él? —cuestionó Nadia.

—Tendría que participar.

La confusión se convirtió en una silenciosa sorpresa.

—No creo que quiera —intentó descartar Simón antes de seguir escribiendo nuestros nombres.

De nuevo sentí que mis palabras no tenían ningún peso, ningún impacto, salían de mi boca pero no hacían ninguna diferencia.

—Podríamos preguntarle —insistí.

Se miraron entre ellos, a la espera de que sea otro el que dijera lo que no querían decir. Rafael optó por ocuparse del trabajo sucio.

—La verdad es que no me gustaría recibir un regalo de él.

Nadia y Simón quedaron serios, desviando sus miradas, como si no quisieran hacerse cargo de las palabras de nuestro compañero pero permitiendo que hablara por ellos.

La sombra sobre las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora