El viernes por la tarde me tocó compartir el turno con Simón. Varias veces me dio la sensación de que quería hablarme. Se acercaba, revisaba algo sin ninguna finalidad y se rendía para volver a sus tareas o para atender clientes. La cuarta vez fue más alevoso. Se puso a revolver los snacks en el laberinto de cintas como si controlara que estuvieran todos en su lugar, con cara de confundido. Lo observé atento y él sintió mi mirada. Siguió revolviendo paquetes de caramelos y tomó uno para leer la letra pequeña. O estaba por soltarme una tontería o me pediría un favor que no se animaba a formular.
De pronto algo llamó su atención en la calle y automáticamente volteé a ver. Había una persona apoyada en el vidrio mirando hacia dentro. Con asombro, reconocí al chico del McDonald's. Buscaba algo con la mirada y, cuando nos vio observándolo, se apartó.
—¿Otra vez? —escuché murmurar a Simón para mi sorpresa.
Vigiló al chico con desconfianza mientras se alejaba. Lo imité, preocupado por la aparición, sacando conclusiones terribles sobre la frase de mi compañero.
—¿De qué hablas? —pregunté cuando se perdió de vista.
—Yo no hablé.
—Sí. Dijiste "otra vez".
Levantó los hombros sin darle importancia.
—¿Qué quiere decir? ¿Por qué otra vez?
Simón acomodó el paquete de caramelos.
—Viene y mira desde la calle.
—¿Solo mira?
Él se dio cuenta de la intención de mi pregunta, de mi sospecha.
—Una vez golpeó el vidrio.
Incómodo, no desarrolló más.
—¿Golpeó el vidrio?
Se hizo el fastidiado con mi interrogatorio pero su actitud, un poco actuada, lo delataba. Él adivinaba, como yo, el objetivo de ese acecho.
—Pregúntale a Valentín, él estaba y debe saber por qué viene a molestar. De seguro es un cliente al que trató mal.
Me dio la espalda y salió del laberinto de cintas para marcar el fin de la conversación.
Quedé angustiado por recibir la información de esas visitas por parte de Simón, que de casualidad me la compartía. Si sucedía algo malo, Valentín no me lo estaba contando.
***
Después del trabajo, busqué un teléfono público para llamar a la casa de Valentín y corroborar si estaba solo o si su padre había obtenido el alta.
En la llamada su voz sonaba apagada, ese día tampoco hubo progreso en el hospital. Caminé triste pensando en todo lo que no me decía. Desde lo que sentía hasta la aparición del loco del McDonald's. Y estaba seguro que había más cosas que no compartía conmigo. Me sentí mal y en falta, responsable por su decisión de reservarse los hechos de acoso que sufría. Culpé a mi carácter suave que podía ser un defecto a ojos de Valentín, el resultado de una vida cómoda que no conocía las dificultades que él experimentaba día a día.
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La sombra sobre las flores
General FictionJerónimo descubre de pequeño que vive en un mundo donde hay cosas que no tiene permitido hacer por haber nacido hombre. Aprende rápido que debe disimular y fingir lo que siente para no defraudar a quienes quiere. En su adolescencia confirma que no e...