Esther

170 10 2
                                        

-¿Quién es?-me susurró Pablo al oído.
Llevábamos quietas y mirándonos la una a la otra, por lo menos diría que 15 minutos. Pablo tenía su mano apoyada en mi hombro, como signo de protección. El no sabe nada de lo que pasó, pero no es difícil poder imaginarse que es alguien de mi pasado al que no quería volver a ver en la vida. Por dios, con lo grande que es Madrid, el zoo, y todos lo días del año que hay, tenía que venir hoy, y estar incluso en la misma sala. En serio, ¿quién se estaba riendo ahí arriba? Por qué algún día se las verá conmigo.
-Irene, cuanto tiempo...-dijo con un hilo de voz.
-Si...-dije en un susurro. No sabía como me sentía. Un montón de sentimientos iban de un lado a otro de mi cabeza sin control; odio, ira, tristeza...
-¿Quién coño eres?-dijo Pablo frustrado debido a que no le contestábamos. La miró fijamente esperando un respuesta y ella bajo la mirada a sus manolenitas.
-Soy Esther, antes era...
-Mi mejor amiga, pero se lió con el chico que me llevaba gustando toda la vida. ¿Sabes?
-Irene...-dijo intentando decir algo pero yo la interrumpí.
-¿Irene qué? ¿No fue eso lo que pasó? ¿No te liaste con él cuando a mi me decías que no hiciera nada para tener el camino libre? ¿¡No fue así!?-dije gritando en la ultima pregunta.
-Eh tú, no la hables así.-Dijo la chica rubia que la acompañaba.
-¿Y a ti quién narices te ha dado vela en este entierro?-dije riéndome. Esto tenía que ser una broma de mal gusto.
-Irene es mejor que salgamos de aquí...-me dijo Pablo intentándome mover de allí, pero fue en vano. Era como si me hubieran clavado al suelo.
-Es la hija de la familia de intercambio.-dijo Esther.
-No estaba hablando contigo.-dije mirándola seriamente. Volví a mirar a la otra.
-Soy Paula, la hija de la familia del intercambio, y lo pasado pasado está. ¿O vas a estar con ese rencor toda tu vida?-dijo cruzando los brazos sobre la cadera.
-¿Sabes qué? Que las cicatrices no se quitan con el tiempo. Ellas perduran y siempre están ahí, pero no te acuerdas de ellas hasta que las miras y recuerdas como te las hiciste.
Los tres se quedaron callados. Pablo seguía teniendo su mano encima de mi hombro, pero empezó a bajarla por el brazo, hasta mi mano, poniéndome la piel de gallina.
-Vámonos ya.-me dijo intentando moverme de allí agarrándome la mano.
-No, ¡espera!-dijo Esther dando un paso hacia mi para impedir que me fuera.
-¿Qué?-dije secamente.
-Que lo siento.
-¿Y de qué me sirve a mi un lo siento después de un año?
-Dejalo estar ya Irene, venga vámonos...-me dijo Pablo volviendo a tirar de mí.
-Tú calla.-dije soltándome de su mano bruscamente.-Tampoco quiero que tú estés aquí.-dije mirándole. Después di un paso hacia ella y antes de que pudiera decir nada, me interrumpió.
-Diego murió, hace dos meses.
En ese momento pensé que mis piernas eran como de gelatina y que me iba a caer al suelo. Era imposible, no podía haber muerto. Pero de repente vi como sus ojos empezaron a volverse rojos y a soltar una lágrima detrás de otra.
-¡¿Por qué quieres hacerme daño con más mentiras?!-dije prácticamente gritando.
-No te estoy mintiendo...-dijo secándose las lágrimas con la manga de la camisa.
Mentira, era mentira...lo único que quería era hacerme daño, si, eso era, solo quiere joderme...pero no lo iba a conseguir. No iba a conseguir que pudiera sentir más dolor del que ya por desgracia siento.
-¡Mentirosa!-la grité y me abalancé sobre ella. La rabia era lo único que dominaba ahora mismo en mis pensamientos. Solo quería quitarme la tensión tan grande que se me había acumulado en el cuerpo con cada mentira que soltaba la boca. La adrenalina me nublaba la razón y no podía parar. Joder, me sentía incluso bien. Después de haberla arrancado un par de mechones de su pelo rubio teñido, noté como me alejaba de ella y alguien me despegaba del suelo. Pablo me había agarrado y ahora mismo me tenia cogida como un saco de patatas. Yo no podía parar de patalear y de llamarla puta, pero eso no hizo que Pablo se detuviera. Siguió andando manteniéndome alejada de ella hasta que encontramos el baño. Me metió en uno de los servicios con él y echó el pestillo para que no pudiera salir. Seguí gritando y pataleando hasta que sentí como mis pulmones se habían cerrado. No podía respirar. El corazón intento convencer a los pulmones para que volvieran a abrirse latiendo mucho más fuerte de lo habitual. Pero no dieron su brazo a torcer. Se habían cansado de luchar, y yo también. Me tiré al pequeño hueco que había del váter a la pared, e intente coger aire, pero no conseguía tranquilizarme. Pablo me cogía la cara entre las manos para que le escuchara y me indicaba que tenia que intentar respirar muy hondo y bajar las pulsaciones. Poco a poco, con sus palabras, empecé a volver a respirar normal y a tranquilizarme. Había gente fuera del baño preguntando cómo me encontraba, pero ninguno de los dos contestábamos. Cuando ya estaba algo mejor, me miró y se acercó a mi demasiado, pero no me beso. Se quedo justo en el sitio para rozar mis labios pero sin besarlos.
-¿Estás bien?-dijo susurrando.
-Si.-respondí. No estaba capacitada como para apartarme. Tenia la sensación de que me hubieran anextesiado todo el cuerpo. No podía reaccionar. Y se que él estaba utilizando mi situación para llegar a mí.
-¿Me puedes contar que te pasa conmigo?-dijo sin besarme.
-No.-dije casi sin voz. Se me había acabado después del espectáculo de antes.
-Por favor.-dijo y en ese momento me besó. Me beso con tantas ganas que incluso a mi me lo transmitía. Mañana me arrepentiré de haberlo hecho, pero no podía evitar sentir que era lo que necesitaba. Ya tendré tiempo de cantarle las cuarenta en cuánto salgamos de aquí. Mientras tanto, seguiré besándole hasta que me vuelva a quedar sin aliento una vez más.

Dejadme respirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora