Papá

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-¿Qué pasa con él?-dije mientras se me formaba un nudo en el estómago.
-¿Tú que sabes de lo que paso?-dijo haciendo pausas con cada palabra que pronunciaba para proporcionar el ambiente tenso que ya de por sí había.
-¿Lo de los cuernos?-dije subiendo la voz demasiado. Estos temas tocan lo más profundo de mi ser, y no quiero meterme en ellos.
-¡Tsss...!¿qué quieres que se entere toda la cafetería?-dijo intentando disimular el cabreo.
-Como si no lo supiera todo el barrio ya...-dije en un susurro, aunque no lo bastante bajo como para que él no me oyera.
-Recuerda que tú me pediste que te lo contara. Yo no lo haría, pero ya eres mayor como para conocer toda la historia.-dijo pasando de mi comentario.
-Ajá.-dije mordiéndome las uñas nerviosamente. ¿Por qué se enrollaba tanto? ¡Al grano!
-Esto pasó cuando yo tenía 17 años...

Era viernes por lo noche, y mis amigos y yo nos fuimos a la discoteca cerca de la sucursal dónde trabajaba papá. Sobre las tres de la madrugada, no fuimos al bar que estaba justo en la otra acera. Yo no quería beber más, pero al final me dejé liar y entramos. El bar no era demasiado grande, pero estaba lleno de borrachos que llevarían allí desde las nueve de la noche. Nos sentamos en los taburetes que estaban junto a la barra y pedimos unas copas. Después de unas cuantas rondas de chupitos, estaba a punto de caerme al suelo. En un momento de la noche, uno de mis colegas, John, me miró con los ojos muy abiertos y rojos.
-Tio...¿ese de ahí no es tu viejo?-dijo señalando a alguna parte del pequeño bar. La borrachera que llevaba encima no me permitía ver con claridad y además la sala no paraba de dar vueltas. Pero, en un momento de claridad, vi a mi padre. Pensé que estaría con alguno de sus amigos de trabajo, pero era una mujer. Llevaba puesto un molo alto que sujetaba su melena rubia, una americana y una falda de tubo negra con una camisa blanca metida por dentro. Seguramente sería una compañera de trabajo, así que no le di mayor importancia. Me volví a girar y pedimos otra ronda. Mi cuerpo no podía tolerar más alcohol, así que esa sería la última. Pero después de unos abucheos patéticos de mis amigos por rajarme, decidí tomarme otra más. Eso ya fue la gota que colmó el vaso. En cuanto el ardor del licor me bajó por toda la gargante, el estómago me obligó a echarlo todo fuera. Me puse la mano en la boca y corrí hasta el baño evitando vomitar en el suelo de este podrido bar. Aunque no se notaría demasiado, ya que el suelo estaba cubierto de vómitos y de alcohol derramado. No sé porque siempre venimos a este bar de mala muerte.
Cuando entré en el baño, me quedé petrificado en el umbral de la puerta. ¿Pero qué coño? ¿Era verdad lo que mis ojos me enseñaban o solo era una de las consecuencias de todo el alcohol que ahora se revolvía en mi estómago. Mi padre me miró y paro de meterle mano a la tía con la falda subida a la altura de sus caderas. Eso fue demasiado, y no pude evitar echarlo todo en el asqueroso suelo del baño.
Cuando terminé, levanté la cabeza y vi como la guarra esa estaba perfectamente arreglada otra vez, separada lo más posible de mi padre, que me miraba tremendamente asustado. Capullo, pensé, y en ese momento volví a devolver. Cuando volví a levantarme, mi padre estaba a mi lado diciéndome un montón de cosas, pero no entendía nada. En ese momento, me di cuenta de la gravedad de la situación. Joder, que le acababa de poner los cuernos a mi madre, y yo lo había presenciado. No sé si era mejor estar borracho o no, porque de las dos formas estaba realmente fuirioso. Tengo ganas de romper cosas, de desahogarme, porque si no lo hago con algún objeto lo haré con la cabeza de mi padre. Así que salí del baño y estampé una silla contra la pared. La gente no pareció inmutarse, estarían acostumbrados a este tipo de cosas, así que seguí haciéndolo. Mi padre me chillaba e intentaba pararme, pero yo pasé de él y rompí una mesa. En ese momento oí como alguien pedía a gritos que llamaran a la policía, pero no hizo que parara. La adrenalina que se acumulaba ya por el cuerpo me hacía romper más y más cosas. Por lo menos así estaba entretenido y no podía pensar. Cuando me disponía a romper otra silla, noté como unos brazos fuertes me sacaban fuera del bar. En la puerta nos esperaba el coche de mi padre en el que volvimos a casa. En el trayecto mi padre no paraba de hablarme.
-Te has metido en una buena. Si no te hubiera sacado de allí te habría pillado la policía.
-Y a ti en las bragas de la tipa esa...-dije sin pensar y riéndome de mi propio ingenio.
-Hablo en serio joder...-dijo mirándome mientras conducía el coche.-Hijo...tienes que hacerme un favor...
-¿Quieres un trio no?-dije volviéndome a descojonar.
-¡Enserio, basta ya con las putas bromitas!-dijo dando un puñetazo al volante con la mano derecha.
-¿No deberías de estar más contento después de haberlo pasado tan bien con doña estirada?
-Joder, no se puede hablar con tú hijo, y menos si está jodiamente borracho...-dijo en un susurro que oí perfectamente.-Escuchame atentamente, no puedes contar nada a tu madre, ¿está claro? No ha pasado absolutamente nada, nadie debe de enterarse.
-¿Y por qué crees que no se lo voy a contar?-dije desafiante.
-Porque si lo haces, me aseguraré de que en cuanto cumplas los 18, te pudras en una cárcel todo lo que te queda de vida.-dijo amenazante.
-No serías capaz de meterme en la cárcel...-¿o si lo sería?
-Tiéntame...

Irene no había dicho absolutamente nada en todo este tiempo. Lo único que hacía era mirarme fijamente con los ojos como platos, pero sin ningún tipo de expresión en su rostro. Joder, ¿por qué era tan difícil saber lo que está pensando?
-Di algo Irene por favor...-la supliqué.
-No tengo palabras.-dijo terminándose el culo de café que le quedaba en la taza, y saliendo de la cafetería.

Dejadme respirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora