Encerrados

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El ascensor se paró en la segunda planta, pero la puerta no se abrió. Los dos nos mirábamos, y después a la puerta intermitentemente.
-¿Qué pasa?-dije nerviosa apretando todos los botones a la vez.
-Espera para, tranquilizaté.-me decía Raúl sujetándome las manos para evitar romper los botones de tanto apretarlos.
-¡Déjame!-dije hecha un manojo de nervios.-¡Sacarnos de aquí! ¡Por favor!-dije dando golpes con las palmas de las manos y usando también los puños contra la puerta del ascensor.
-¡¿Te quieres tranquilizar joder?!-me gritaba Raúl ya un poco alterado.
-¡Cómo coño quieres que me tranquilice!-le grité dándome la vuelta y mirándole fijamente con cara de pocos amigos.-Dios, voy a morir aquí...-dije pasándome las manos por la cara y por el pelo poco a poco.
-No vamos a morir.-dijo mirando a su al rededor para pensar en algo.-Hay un botón que llama a seguridad por si pasa estas cosas.-dijo buscándolo entre los botones.-Aquí está.-dijo apretándolo.
-¿Funciona?-dije con los brazos cruzados mirándole desde la esquina contraria a donde él estaba.
-No, no llama...-dijo sin dejar de intentarlo.
-Vamos a morir aquí...-repetí una y otra vez como si estuviera completamente loca.
-Este botón siempre ha funcionado...-dijo para sí mismo.-A lo mejor se ha ido la luz del edificio.-dijo tan tranquilo. Que envidia.
-¿Y cuánto va a tardar en volver?-dije torciendo la cabeza para mirarme en el espejo.
-Depende...-dijo apoyando la cabeza en la pared.
-¿Cómo que "depende"?-dije recalcando la palabra.
-Puede tardar minutos o...
-¡¿Días?!-dije mientras me tiraba del pelo de la desesperación.
-¡No hombre, burra!-dijo como si hubiera dicho una estupidez. Pues yo lo había dicho muy en serio.-Días no, pero horas...
-Ay dios mío, que he sobrevivido a un atropello y a un coma y voy a morir en una mierda de ascensor...-dije lamentándome.
-¿¡A un atropello!?-dijo alzando la voz, bastante sorprendido.
-Es una historia muy larga...-dije mientras me sentaba en el suelo con las piernas pegadas al pecho. A continuación, Raúl hizo lo mismo.
-Tenemos todo el tiempo que necesites.
Esa idea me asustó y empecé a hiperventilar.
-¿Estás bien?-preguntó asustado.
-No...-dije con un hilo de voz. No podía estar pasándome ésto. Sólo tengo miedo a tres cosas en esta vida, y desde que llegué a España, no han parado de ponerme a prueba.
-Tranquila.-dijo poniéndome la mano en la rodilla. Yo la aparté y él tenía una expresión como si le hubiera molestado.
-¿Tanto te ha molestado que te eche?-dijo un poco resentido.
-Pues si.-dije secamente.
-Ya te he pedido perdón, ¡¿qué más quieres?!-dijo volviendo a alzar la voz. En serio, este hombre tenía que mirarse la bipolaridad que sufría.
-¡No todo se arregla con un lo siento!-dije volviéndome a alterar.
-Pues con la tías como tú siempre me ha valido...-dijo en un susurro. Es posible que en otras circunstancias no le hubiera oído, pero cuando estás encerrada en un ascensor con alguien, sin nada de ruido a tu alrededor, puedes oír hasta los latidos del corazón de la otra persona.
-¿Qué...?-dije mirándole fijamente esperando una excusa lo bastante buena como para olvidar su comentario.
-Nada...-dijo mirando para abajo.
-No no...ahora me lo cuentas.-le ordené.
-No.-dijo simplemente.
-Cuéntamelo.-dije lo más tranquila que pude.
-He dicho que no.-dijo volviendo a alzar la voz. No sé si sabe que yo también sé gritar, y que incluso puedo hacerlo más alto que él.
-Cómo vuelvas a chillarme te juro que no te hablo en mi vida.-le dije seriamente.
-No te lo crees ni tú.
¿Me estaba vacilando a mí? ¿De verdad?
-Vete a la mierda.-dije sacándole el dedo corazón delante de su cara.
En ese momento me dieron ganas de agarrarle la cabeza por el pelo y estamparlo contra la pared hasta que me salgan agujetas en el brazo.
-Yo a la mierda y tú con tu amiguito.-dijo con ritintin.
-¿Cómo?-dije sin dar crédito a lo que habia escuchado.
-Lo que has oído.
-¿Quién se supone que es mi amiguito?
-Pablo, tu folla amigo, o como os llaméis.
-¿¡Perdona!?-dije ya prácticamente gritando.
-No lo niegues, lo sabemos todos.
-¿Pero de qué narices hablas?-dije riéndome por lo cómico que me resultaba esta situación.
-De que te lo follaste el otro día, ¿quieres que te dé los detalles?
-No me vaciles.-dije tomándomelo a risa. Esto era para mear y no echar gota.
-No lo hago.-dijo mirándome con mala cara. ¿De verdad me lo está diciendo en serio?-No hace falta que me lo niegues, ya te lo he dicho.
-Yo no he hecho nada.-dije todavía confusa.
-Pues eso no es lo que cuenta él.
¡Cómo podía ir diciendo por ahí algo así! ¿Pero de qué va?
-Pues es un mentiroso.-dije muy enfadada. Ésta vez si que no se libraba de decirle cuatro cosas. Gilipollas, pensé.
-¿Entonces no lo habéis hecho?-dijo como si no se lo acabara de creer del todo.
-¡No!-dije aún irritada.
-¿Pero si qué lo has hecho con otro?-dijo medio preguntando medio afirmando. Pues no, soy virgen. ¿Qué pasa, me ha visto cara de guarra o qué? No lo voy haciendo con el primero que pillo como acaba de insinuar.
-No.-dije mirando para abajo.
-¡No me lo creo!-dijo riéndose.
-¿Qué te hace tanta gracia?
-¡Qué casi te quito la virginidad y yo sin saberlo!-dijo partiéndose de la risa. Como no me sacaran ya de este puto agujero, me iba a volver más loca de lo que estoy.
Con la cosa de las confesiones, me había olvidado totalmente de que estaba encerrada y volví a agobiarme otra vez. Incluso ahora notaba como me costaba respirar, y cómo mis pulmones hacían más esfuerzo para coger y soltar el oxígeno. Tenía la sensación de que me estaba quedando sin aire poco a poco, y solo llevábamos media hora aquí metidos. Tendría que estar blanca, porque se dio cuenta de lo que me pasaba enseguida.
-¿Estás bien?-dijo otra vez con tono preocupado. ¿Cuántos cambios de humor suyos he presenciado a lo largo de la conversación?
-No.-dije respirando por la boca.-Me estoy ahogando.-dije poniéndome la mano en el corazón para comprobar que seguía trabajando como siempre.
-¿Cómo te vas a estar ahogando?-dijo para intentar tranquilizarme, aunque tuvo el efecto contrario.-Hazme caso, y haz lo que te digo-dijo muy serio.-Piensa en algo bonito, en algo que te relaje, que te guste...
Mientras él lo iba diciendo, yo cerré los ojos e intenté imaginarme lo que me decía...

Estaba tumbada bajo el sol abrasador en pleno agosto. La brisa me azotaba la cara y ondeaba mi sombrero de paja. Abrí los ojos y me encontraba en la playa de Málaga a la que iba todos los veranos de pequeña. Estaba tumbada en una toalla rosa, y me senté para contemplar mejor aquel maravilloso y tranquilo paisaje. Justo en la orilla, había una niña pequeña con el pelo rizado de unos 4 años, jugando con las olas. Era una niña feliz que sonreía constantemente. Cuando una ola la arrastró hasta la arena, un niño de unos 10 o 11 años, se acercó a ella y la cogió en brazos. Se abrazaron mientras corrían de un lado a otro para chocar contra una buena ola. Tardé en darme cuenta en que aquella niña feliz era mi viva imagen. Y aquel niño que me quería con locura, que se preocupaba por mi. Bastaba con contemplar la forma con la que me miraba.

Dejadme respirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora