Pesadillas

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Me encontraba en una habitación muy oscura. No podía ver nada y eso me agobiaba, así que empecé a caminar con las manos levantadas para evitar chocarme con alguna pared. Pero no topaba con nada. Parecía un sitio infinito, sin final. Pero entonces me tope con una y busqué el picaporte por si había encontrado la salida, y después de palpar sin dar lugar a lo que buscaba, encontré un interruptor. Lo encendí, y la habitación poco a poco se fue haciendo más nítida. Ya podía diferenciar lo que había a mi alrededor. Era una sala completamente blanca. No había nada más que yo conmigo misma, y eso me asustaba. Me abrumaba pensar en la soledad que sentía en aquella habitación vacía. Volví a mirar a la pared que tenía en frente, pero no encontré más que el simple interruptor, blanco, como no. Al darme la vuelta, justo al final de la amplia habitación, había una persona en el suelo. Desde dónde estaba, no conseguía ver quién era, así que me fui acercando con paso firme y evitando los escalofrios que me hacían temblar. Cuando ya estuve lo suficientemente cerca, me di cuenta de que era un chico y que estaba tumbado boca abajo. ¿Quién era? Me agache para girarle y verle la cara, cuando se apagó la luz. Empecé a chillar y a ir de un sitio a otro para intentar volver a encontrar el maldito interruptor, pero por mucho que lo buscaba, no servía de nada. En el momento de mayor desesperación, la luz volvió a encenderse, y a mirar a mi alrededor, vi como a unos simples metro de mi, Esther y Diego se liaban. Yo me quedé paralizada, incapaz de decir nada. Cuando ellos me vieron, me señalaban con el dedo y se reían a carcajadas de . ¿Por qué me estaban haciendo eso? Me coloqué de rodillas en el suelo, tapándome la cara con las manos, para evitar tener que ver esa imagen por más tiempo. Entonces, un grito y miré asustada. Era Esther de rodillas junto a un chico tumbado, esta vez boca arriba, rodeado de sangre por todas partes. Corrí hacia allí lo más rápido que pude, y en cuanto conseguí darme cuenta que era Diego el que estaba en el suelo con tres agujeros ensangrentados de bala en el pecho, todo volvió a volverse negro...
-Irene, me ha hablado tu hermano para que te deje salir a hablar con él. Pero en cuánto termines derechita a casa.-dijo mientras me subía las piersanas hasta arriba. Una horrible costumbre que me saca de quicio. Tenía las pulsaciones más aceleradas de lo normal y aparte estaba sudando muchísimo, seguramente por el agobio de pesadilla que acababa de sufrir.
-Vale.-dije restregándome los ojos con los dedos para quitarme las legañas. ¿Cuánto había dormido? Miré el reloj digital de mi mesita, las seis y media. ¡Llevo durmiendo desde las tres y media que he llegado a casa! En cuanto me puse en pie, me hice una coleta mirándome en el espejo con los bordes ondulados de la habitación y me fui al baño a lavarme la cara. Cuando me miré al espejo, vi a una chica triste, con una expresión que no decía nada. Sonreí a mi reflejo, pero este no me respondió. En mi cabeza sole se reproducía una y otra vez aquella maldita imagen. ¿Por qué no me desaparecía de la memoria joder? Era realmente insoportable. Volví a lavarme la cara, y me dirigí de nuevo a mi habitación. Me puse la misma ropa que esta mañana y me eché colonia y un poco de rímel para intentar alegrar mi cara de pocos amigos que tengo habitualmente. Mientras lo hacía, pensaba si estaba preparada para conocer otro gran momento de mi vida que me clave el puñal de mi pecho un poco más hondo. ¿Cuánto más aguantaría sin sangrar? No estaba preparada para otra noticia desgarradora. Me ha pasado de todo en esta vida, de todo, pero parece que siempre hay algo para joderme y evitar que sea feliz aunque sea unas horas. Cuando ya estaba lista, eran aproximadamente menos diez, así que cogí las llaves y me despedí secamente de mi madre.
-¡Adios!-grité saliendo de casa.
-¡A las ocho y media como mucho en casa!-gritó antes que cerrara la puerta.
-Lo que tu digas.-susurré.

La cafetería no estaba a más de cinco minutos de casa. A mi hermano y a mi nos encantaba ir de pequeños a allí con nuestra abuela cada vez que veníamos a visitarla. Es un sitio muy especial, familiar, podría decirse. Y por ello seguramente me haya citado allí, para encontrar ese ambiente de familia que necesitamos.
Cuando llegué, me senté en la mesa del fondo, en la que nos sentábamos siempre, y esperé a mi hermano mirando por la ventana. Era curioso todo el tiempo que levaba sin venir aqui...mínimo dos años que no veníamos a visitar a mi abuela, por la discusión que tuvo con mi padre, que aún no se porqué, pero bueno. No es un dato excesivamente relevante. Mientras miraba, reconocí el Peugeot negro de mi hermano aparcando en la acera de enfrente. Iba con un pantalón negro y una camisa azul clara. Mientras se acercaba, me imaginé todas las posibilidades que se me ocurrieron en el momento. Cuando entró, me vio rápidamente y se acercó a la mesa.
-Buena elección, sabía que la elegirías.-dijo sonriéndome.
-Las cosas nunca cambian.-dije y vi como la expresión de su cara cambiaba, pero enseguida volvió a sonreír.
-Ya me ha contado mamá...-dice ojeando la carta.
-Ya imagino.-digo mirando por la ventana a las familias felices que pasaban por delante de la pequeña cafetería.
-¿Qué quieres tomar?-dijo cambiando de tema.
-Capuchino, por favor.-dije sacando el monedero del pantalón.
-No no...ésta la pago yo.-dijo y yo hice un mohín de desacuerdo, pero él acabo ganando.
-A la próxima pago yo, eh.-dije volviendo a guardar el monedero en su sitio.
-Eso está hecho.
Cuando se acercó una camarera y pedimos, él me miro fijamente, pero no dijo nada. ¿A qué espera?
-¿Tenías que contarme algo, no?-dije apoyando los codos sobre la mesa, y la cabeza encima.
-Si...-dijo mordiéndose las uñas, manía inquebrantable cuando esta nervioso. Lo entiendo, yo también lo estoy.
-Lo que te voy a contar paso hace unos 4 años, antes de que me fuera de casa.
-Vale.-dije intrigada.
-Es sobre papá.

Dejadme respirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora