Ya creía que le habíamos perdido la pista a la araña cuando Tyson captó un lejano sonido metálico. Dimos unas cuantas vueltas, retrocedimos varias veces y por fin encontramos a la araña, que golpeaba una puerta de metal con su cabecita. La puerta parecía una de aquellas anticuadas escotillas de los submarinos: con forma oval, remaches metálicos y una rueda, en lugar de un pomo, para abrirla. Encima de ella había una gran placa de latón, que el tiempo había cubierto de verdín, con una eta griega en el centro. Nos miramos unos a otros.
—¿Listos para conocer a Hefesto? —dijo Grover, nervioso.
—No —reconoció Percy.
—¿Qué otro remedio nos queda? —dije
—¡Sí! —dijo Tyson, eufórico, mientras hacía girar la rueda.
En cuanto se abrió la puerta, la araña se deslizó al interior; Tyson la siguió de cerca y los demás avanzamos también. El lugar era inmenso. Como el garaje de un mecánico, estaba lleno de elevadores hidráulicos. En algunos de ellos había coches, pero en otros se veían cosas bastante más extrañas: un hippalektryon de bronce desprovisto de su cabeza de caballo y con un montón de cables colgando de su cola de gallo, un león de metal que parecía conectado a un cargador de batería, y un carro de guerra griego hecho enteramente de fuego. Había además una docena de mesas de trabajo totalmente cubiertas de artilugios de menor tamaño.
Se veían muchas herramientas colgadas y cada una tenía su silueta pintada en un tablero, aunque nada parecía estar en su sitio. El martillo ocupaba el lugar del destornillador; la grapadora, el de la sierra de metales, y así sucesivamente. Por debajo del elevador hidráulico más cercano, que sostenía un Toyota Corolla, asomaban dos piernas: la mitad inferior de un tipo enorme, con unos mugrientos pantalones grises y unos zapatos incluso más grandes que los de Tyson. En una de las piernas tenía una abrazadera metálica. La araña se deslizó por debajo del coche y los martillazos se interrumpieron al instante.
—Vaya, vaya —La voz retumbaba desde debajo del Corolla—. ¿Qué tenemos aquí?
El mecánico salió sobre un carrito y se sentó. Llevaba un mono cubierto de grasa, con un rótulo bordado en el bolsillo de la pechera que decía «HEFESTO». La pierna de la abrazadera le chirriaba y daba chasquidos mientras se incorporaba y, una vez de pie, vi que el hombro izquierdo era más bajo que el derecho, de manera que parecía ladeado incluso cuando se erguía. Tenía la cabeza deformada y llena de bultos, y una permanente expresión ceñuda. Su barba negra humeaba. De vez en cuando, se le encendía en los bigotes una pequeña llamarada que acababa extinguiéndose sola. Sus manos debían de ser del tamaño de unos guantes de béisbol y, sin embargo, sostenían la araña con increíble delicadeza. La desarmó en dos segundos y volvió a montarla.
—Ahí está —dijo entre dientes—. Mucho mejor así.
La araña dio un saltito alegre en su palma, lanzó un hilo de metal al techo y se alejó balanceándose. Hefesto nos dirigió una mirada torva.
—¿No os he construido yo, verdad?
—¿Eh? —dijo Annabeth—. No, señor.
—Menos mal —gruñó el dios—. Un trabajo muy chapucero.
Seguramente un sarcástico gracias no era la mejor respuesta para un dios. Hefesto nos estudió a Annabeth, a Percy, y a mí.
—Mestizos —refunfuñó—. Podríais ser autómatas, desde luego, pero seguramente no lo sois.
—Nos conocemos, señor —le dijo Percy.
—¿Ah, sí? —preguntó con aire ausente—. Bueno, pues si no te hice papilla la primera vez que nos vimos, supongo que no tengo por qué hacerlo ahora.
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HOPE: LABERINTOS Y TORNEOS. (III)
FanfictionTercera parte de HOPE: LA UNIÓN ENTRE DOS MUNDOS que narra los hechos de La batalla del laberinto y El cáliz de fuego desde el punto de vista de nuestra protagonista, Hope Lupin. [ PRÓXIMAMENTE EN EDICIÓN ]