5. Vamos a la cárcel

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La buena noticia: el túnel de la izquierda era todo recto, sin ramificaciones, giros ni recodos. La mala: era un callejón sin salida. Después de correr unos cien metros, tropezamos con un bloque de piedra enorme que nos cerraba el paso. Vaya suerte la nuestra. A nuestras espaldas, resonaba el eco de algo que avanzaba por el túnel arrastrándose y jadeando ruidosamente. Un ser que no era humano, desde luego, y que nos seguía la pista.

—Tyson —dijo Percy—, ¿no podrías...?

—¡Sí! —Embistió la roca con el hombro tan brutalmente que el túnel entero tembló y empezó a caer polvo del techo.

—¡Date prisa! —urgió Grover—. ¡No tires el techo abajo, pero date prisa!

Empezaba a preguntarme si era buena idea golpear la pared así, pero pronto la roca cedió por fin con un horrible crujido. Tyson la hizo girar un poco y entramos corriendo en un espacio más angosto.

—¡Cerremos la entrada! —gritó Annabeth.

Nos pusimos todos detrás de la roca y empujamos. La criatura que nos perseguía aulló de rabia cuando desplazamos el enorme bloque hasta colocarlo en su sitio, tapiando el túnel. Agradecí hasta no saber que era.

—Lo hemos atrapado —dijo Percy

—O nos hemos atrapado a nosotros mismos —advirtió Grover.

Me volví solo para comprobar que Grover tenía razón. Nos encontrábamos en una cámara de cemento de dos metros cuadrados y la pared opuesta estaba cubierta de barrotes de hierro. Nos habíamos metido en una celda.

—Oh, venga ya —resoplé dando un golpe contra uno de los barrotes. Lo único que conseguí fue hacerme daño a mi misma.

—¿Qué demonios es esto? —dijo Annabeth, tirando de los barrotes. No se movieron ni un milímetro. A través de ellos, vimos una serie de celdas dispuestas en círculo alrededor de un patio oscuro: tres pisos de puertas con rejas y con pasarelas metálicas.

—Una cárcel —respondió Percy—. Quizá Tyson pueda romper...

—¡Chitón! —susurró Grover de repente—. Escuchad.

Por encima de nosotros, se oía un eco de sollozos que resonaba por todo el edificio. Y se captaba otro sonido: una voz áspera que refunfuñaba, aunque no entendí qué decía. Las palabras eran chirriantes, como guijarros revueltos en un cubo.

—¿Qué lengua es ésa? —cuchicheé.

Tyson abrió unos ojos como platos.

—¡No puede ser!

—¿Qué? —preguntó Percy.

Tyson no contestó, agarró dos barrotes y los dobló como si nada, dejando espacio suficiente incluso para un cíclope.

—¡Espera! —dijo Grover.

Tyson no le hizo caso y salió de la celda siguiendo el sonido. Nos miramos justo antes de apresurarnos a correr tras él. No entendía que estaba sucediendo. La prisión era muy oscura; sólo unos cuantos fluorescentes parpadeaban arriba.

—Conozco este sitio —dijo Annabeth—. Es Alcatraz.

—¿La isla que hay cerca de San Francisco? —preguntó Percy

Ella asintió.

—Vinimos de excursión con el colegio. Es como un museo.

—San Francisco —musité asombrada

Sabia como funcionaba el laberinto, pero aun así me impresionó lo lejos que habíamos llegado en lo que parecía tan poco tiempo.

—¡No os mováis! —advirtió Grover.

HOPE: LABERINTOS Y TORNEOS. (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora