45. Final del curso

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Al día siguiente, no quise abandonar la enfermería hasta que Harry también lo hizo. Aunque la señora Pomfrey dijo que podía irme por la mañana y Harry dijo que no hacia falta, insistí en quedarme. Así que estuve cuando los Diggory entraron en la enfermería.

No culparon a Harry de lo ocurrido. Por el contrario, ambos le agradecieron que les hubiera llevado el cuerpo de su hijo. Durante toda la conversación, el señor Diggory no dejó de sollozar. La pena de la señora Diggory era mayor de la que se puede expresar llorando.

—Sufrió muy poco, entonces —musitó ella, cuando Harry le explicó cómo había muerto—. Y, al fin y al cabo, Amos... murió justo después de ganar el Torneo. Tuvo que sentirse feliz.

Al levantarse, ella miró a Harry y le dijo:

—Ahora cuídate tú.

Harry cogió la bolsa de oro de la mesita.

—Tomen esto —le dijo a la señora Diggory—. Tendría que haber sido para Cedric: llegó el primero. Cójanlo...

Pero ella lo rechazó.

—No, es tuyo. Nosotros no podríamos... Quédate con él.

Esa misma noche, Harry y yo regresamos a la torre de Gryffindor. Al entrar, mi mirada se cruzó involuntariamente con la de George, que estaba en una esquina de la sala común, junto a Fred, Lee, Angelina y Alicia. Él sonrió al verme, y para mi sorpresa, en lugar de ruborizarme, le devolví la sonrisa antes de unirme a Harry en la mesa donde estaban nuestros amigos.

Por lo que dijeron Ron y Hermione, aquella mañana, durante el desayuno, Dumbledore se había dirigido a todo el colegio. Simplemente les había pedido que dejaran a Harry tranquilo, que nadie le hiciera preguntas ni lo forzara a contar la historia de lo ocurrido en el laberinto. Aunque me sentía mal por mi amigo, agradecí que toda la atención se centrara en el, a pesar de que yo había aparecido por sorpresa prácticamente con él. Noté que la mayor parte de nuestros compañeros se apartaban al cruzarse con él por los corredores, y que evitaban su mirada. Al pasar, algunos cuchicheaban tapándose la boca con la mano. Pero no parecía importarle.

Mientras tanto los cuatro esperábamos alguna señal, alguna noticia de lo que ocurría fuera de Hogwarts, y no valía la pena especular sobre ello mientras no supieramos nada con seguridad. La única vez que mencionamos el tema fue cuando Ron le habló a Harry del encuentro entre su madre y Dumbledore, antes de volver a su casa.

—Fue a preguntarle si podías venir directamente con nosotros este verano —dijo—. Pero él quiere que vuelvas con los Dursley, por lo menos al principio.

—¿Por qué? —preguntó Harry.

—Mi madre ha dicho que Dumbledore tiene sus motivos —explicó Ron, moviendo la cabeza—. Supongo que tenemos que confiar en él, ¿no?

También visitamos a Hagrid. Como ya no había profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, teníamos aquella hora libre. En la del jueves por la tarde aprovechamos para ir a visitarlo a su cabaña. Era un día luminoso. Cuando nos acercamos, Fang salió de un salto por la puerta abierta, ladrando y meneando la cola sin parar.

—¿Quién es? —dijo Hagrid, dirigiéndose a la puerta—. ¡Harry!

Salió a su encuentro a zancadas, aprisionó a Harry con un solo brazo, lo despeinó con la mano y dijo:

—Me alegro de verte, compañero. Me alegro de verte.

Al entrar en la cabaña, vimos delante de la chimenea, sobre la mesa de madera, dos platos con sendas tazas del tamaño de calderos.

—He estado tomando té con Olympe —explicó Hagrid—. Acaba de irse.

—¿Con quién? —preguntó Ron, intrigado.

HOPE: LABERINTOS Y TORNEOS. (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora