42. El pensadero

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Se abrió la puerta del despacho

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Se abrió la puerta del despacho.

—Hola, Potter, Lupin —dijo Moody—. Entrad.

Entramos. No era la primera vez que estaba en el despacho de Dumbledore: se trataba de una habitación circular, muy bonita, decorada con una hilera de retratos de anteriores directores de Hogwarts de ambos sexos, todos los cuales estaban profundamente dormidos.

Cornelius Fudge se hallaba junto al escritorio de Dumbledore, con sus habituales sombrero hongo de color verde lima y capa a rayas.

—¡Harry! —dijo Fudge jovialmente, adelantándose un poco e ignorando por completo mi presencia—. ¿Cómo estás?

—Bien —mintió Harry.

—Precisamente estábamos hablando de la noche en que apareció el señor Crouch en los terrenos —explicó Fudge—. Fuiste tú quien se lo encontró, ¿verdad?

—Sí —contestó Harry. Luego, añadió—: Pero no vi a Madame Máxime por allí, y no le habría sido fácil ocultarse, ¿verdad?

Con ojos risueños, Dumbledore le sonrió a espaldas de Fudge.

—Sí, bien —dijo Fudge embarazado—. Estábamos a punto de bajar a dar un pequeño paseo, Harry. Si nos perdonas... Tal vez sería mejor que volvieras a clase.

—Queríamos hablar con usted, profesor —se apresuró a decir Harry mirando a Dumbledore, quien le dirigió una mirada rápida e inquisitiva.

—Espéradme aquí, Harry, Hope —nos indicó—. Nuestro examen de los terrenos no se prolongará demasiado.

Salieron en silencio y cerraron la puerta. Al cabo de un minuto más o menos dejaron de oírse, procedentes del corredor de abajo, los secos golpes de la pata de palo de Moody. Miré a mi alrededor el vacío despacho ahora.

—Hola, Fawkes —saludó Harry.

Fawkes, el fénix del profesor Dumbledore, estaba posado en su percha de oro, al lado de la puerta. Era del tamaño de un cisne, con un magnifico plumaje dorado y escarlata. Lo saludó agitando en el aire su larga cola y mirándolo con ojos entornados y tiernos. Sonreí y me acerqué al ave, levanté la mano con cuidado, pero el fenix se dejó acariciar complacido.

Harry se había sentado en una silla delante del escritorio de Dumbledore. Y durante varios minutos solo observamos en silencio el despacho, los retratos de los directores y seguía acariciando a Fawkes mientras pensaba en todo lo sucedido en la última hora.

Detrás del escritorio de Dumbledore, sobre un estante, se encontraba el sombrero seleccionador. Y al lado había una urna de cristal que contenía una magnífica espada de plata con grandes rubíes incrustados en la empuñadura, la misma con la que Harry había vuelto en segundo del fondo de la cámara secreta, la espada de Godric Gryffindor. Sabía que Harry había matado al basilisco con ella, pero me pregunté si servía también, como mi espada, para matar otros monstruos. No tenía pinta. No era de bronce celestial, aunque sabía que no era el único material capaz de acabar con los monstruos.

HOPE: LABERINTOS Y TORNEOS. (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora