15. La batalla

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Las distancias eran más cortas en el laberinto. Aun así, cuando llegamos otra vez a Times Square, guiados por Rachel, me sentía como si hubiese hecho todo el camino a pie desde Nuevo México. Salimos al sótano del hotel Marriot y emergimos por fin a la luz deslumbrante de un día veraniego. Aturdidos y guiñando los ojos, contemplamos el tráfico y la muchedumbre. No sabía qué resultaba más irreal: Nueva York o la cueva de cristal en que había visto morir a un dios. Percy abrió la marcha hasta llegar a un callejón. Silbó con todas sus fuerzas seis veces. Un minuto más tarde, Rachel sofocó un grito.

—¡Son preciosos!

Un rebaño de pegasos bajaba del cielo en picado entre los rascacielos. Todo el mundo empezamos a montar, salvo Rachel.

—Bueno —dijo—, supongo que esto se ha acabado.

Percy asintió. Todos sabíamos que no podía acompañarnos al campamento. Annabeth se hacía la ocupada con su pegaso.

—Gracias, Rachel —dijo Percy—. No lo habríamos logrado sin ti.

—No me lo habría perdido por nada del mundo. Bueno, salvo lo de estar a punto de morir, y lo de Pan... —Le flaqueó la voz.

—Dijo algo de tu padre —dijo Percy—. ¿A qué se refería?

Rachel retorció la correa de su mochila.

—Mi padre... El trabajo de mi padre... Bueno, es una especie de hombre de negocios famoso.

—¿Quieres decir que... eres rica?

—Pues... sí.

—¿Así fue como lograste que nos ayudara el chófer? Pronunciaste el nombre de tu padre y...

—Sí —cortó Rachel—. Percy... mi padre es promotor. Viaja por todo el mundo en busca de zonas poco desarrolladas —Inspiró, temblorosa—. Las zonas vírgenes... Él las compra. Es horrible, pero desbroza la vegetación, divide la tierra en parcelas y construye centros comerciales. Y ahora que he visto a Pan... La muerte de Pan...

—Pero no debes culparte por eso.

—No sabes lo peor. No... no me gusta hablar de mi familia. No quería que lo supieras. Perdona. No debería haberte contado nada.

—No —replico Percy—, has hecho lo mejor. Mira, Rachel, te has portado de maravilla. Nos has guiado por el laberinto. Has demostrado un gran valor. Eso es lo único que yo valoro, me tiene sin cuidado lo que haga tu padre.

Rachel le miró, agradecida.

—Bueno... Si alguna vez te apetece dar una vuelta con una mortal... puedes llamarme y eso.

—Ah, sí. Claro.

Rachel arqueó las cejas.

—Quiero decir... me gustaría —añadió.

—Mi número no está en la guía —dijo ella.

—Lo tengo.

—¿Aún no se ha borrado? Imposible.

—No. Eh... me lo aprendí de memoria.

Su sonrisa reapareció lentamente, ahora más luminosa. Y yo no pude evitar mirar a Annabeth, que parecía no hacer caso a la conversación.

—Nos vemos, Percy Jackson. Ve a salvar el mundo por mí, ¿vale?

Echó a andar por la Séptima Avenida y desapareció entre la multitud. Mientras tanto, Nico tenía problemas. Su pegaso retrocedía una y otra vez, y no se dejaba montar.

—¡Marchaos sin mí! —dijo Nico—. No quiero volver a ese campamento, de todos modos.

—Nico —replico Percy—, necesitamos tu ayuda.

HOPE: LABERINTOS Y TORNEOS. (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora