19. A la Madriguera

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Un día antes de los Mundiales de Quidditch, hacia media tarde, estaba lista con mi mochila delante de chimenea

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Un día antes de los Mundiales de Quidditch, hacia media tarde, estaba lista con mi mochila delante de chimenea. No era precisamente la idea de los mundiales la que me entusiasmaba, yo no era precisamente fan del deporte, pero estaría bien ir con Harry, Hermione y todos los Weasley. Por supuesto, me aseguré de llevar mi varita y mi espada en mis bolsillos. Me separaba de ellas menos que nunca. Me despedí de mi padre con un abrazo rápido y me deseó que lo pasara bien. No fue una gran despedida, porque al fin y al cabo, iba a volver en dos días. Con un movimiento de varita, el encendió unas llamas de un color verde en la chimenea, y yo cogí un puñado de polvos flu del saquito que había encima. Me metí en las llamas intuyendo lo poco que me iba a gustar aquello.

—¡La Madriguera! —exclamé

Sentí enseguida como si la chimenea me succionara y todo se quedó oscuro, apenas pude ver nada, sobre todo porque finalmente me tuve que obligar a cerrar los ojos por todo el hollín que había dentro. El viaje se me hizo eterno, a pesar de lo rápido que sentía que iba. Había muchos giros, mis brazos se golpeaban con las paredes. No pude evitar preguntarme como funcionaba la red flu, porque, claro, realmente las chimeneas no estaban todas conectadas. La respuesta era magia, por supuesto, pero aun así, era algo increíble. Cuando empezaba a preguntarme si faltaba mucho de aquel horrible viaje, caí de bruces al suelo. Solté un quejido en voz alta. Abrí los ojos y me levanté sacudiéndome el hollín de la ropa.

Salí de la chimenea, algo mareada a decir verdad, a la cocina de la Madriguera. Me di cuenta de que era la primera vez que estaba allí. Y sentados a la mesa, mirándome, había dos chicos pelirrojos. Varios años mayores que yo, y no los conocía de nada, así que supuse con rapidez que serían los dos hermanos mas mayores de Ron. Uno de ellos se levantó, y me ayudó. Levantó su varita y con un movimiento, todo el hollín que tenía encima, desapareció.

—G-gracias —titubeé un tanto intimidada. Los miré un tanto ruborizada, un poco avergonzada por aquella forma de llegar y conocerlos.

—No las des —dijo él, parecía el mayor de los dos. Era alto, tenía el pelo largo y recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock y botas de piel de dragón—. Tu debes de ser Hope, ¿verdad?

Asentí despacio, sin apenas poder pronunciar palabra. Definitivamente, no era la apariencia que había imaginado para alguien que trabajaba para Gringotts.

—Tu... ¿eres Bill? —logré decir.

—El mismo —dijo él—. Y este es Charlie —señaló a su hermano, todavía sentado en la mesa, aunque sonrió al ser presentado. Su constitución era igual a la de los gemelos, no parecía tan alto como Bill. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima de Rumania y tan llena de pecas que parecía bronceada; sus brazos eran musculosos, y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante. Sus manos estaban llenas de callos y ampollas. Seguramente consecuencias de trabajar con dragones.

HOPE: LABERINTOS Y TORNEOS. (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora