29. Una inesperada visita, y otras esperadas.

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—Le has dicho una mentira, Harry —le espetó Hermione en el desayuno, después que él nos contara que le había escrito a Sirius diciéndole que se había imaginado lo de la cicatriz—

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—Le has dicho una mentira, Harry —le espetó Hermione en el desayuno, después que él nos contara que le había escrito a Sirius diciéndole que se había imaginado lo de la cicatriz—. No te imaginaste que la cicatriz te doliera, y lo sabes.

—¿Y qué? —repuso Harry—. No quiero que vuelva a Azkaban por culpa mía.

—Déjalo —le dijo Ron a Hermione bruscamente, cuando ella abrió la boca para argumentar contra Harry. Y, por una vez, Hermione le hizo caso y se quedó callada. Fue sorprendente.

Pasaron dos semanas enteras hasta que el profesor Moody anunció que nos echaría la maldición imperius por turno, tanto para mostrarnos su poder como para ver si podíamos resistirnos a sus efectos. Si estuviera bebiendo algo, lo habría escupido. Moody estaba loco si realmente iba a hacerlo.

—Pero... pero usted dijo que eso estaba prohibido, profesor —le dijo una vacilante Hermione, al tiempo que Moody apartaba las mesas con un movimiento de la varita, dejando un amplio espacio en el medio del aula—. Usted dijo que usarlo contra otro ser humano estaba...

—Dumbledore quiere que os enseñe cómo es —la interrumpió Moody—. Si alguno de vosotros prefiere aprenderlo del modo más duro, cuando alguien le eche la maldición para controlarlo completamente, por mí de acuerdo. Puede salir del aula.

—¿Por que será que ya no me creo que Dumbledore quiere todo esto? —murmuré para mi misma, pero como todos, no salí del aula.

Moody empezó a llamar por señas a los alumnos y a echarles la maldición imperius. Vi cómo todos mis compañeros de clase, uno tras otro, hacían las cosas más extrañas bajo su influencia: Dean dio tres vueltas al aula a la pata coja cantando el himno nacional, Lavender imitó una ardilla y Neville ejecutó una serie de movimientos gimnásticos muy sorprendentes, de los que hubiera sido completamente incapaz en estado normal. Ninguno de ellos parecía capaz de oponer ninguna resistencia a la maldición, y se recobraban sólo cuando Moody la anulaba. Harry fue el primero que se resistió, según Moody, que no se que hizo, que se dio de cabeza contra la mesa y esta se volcó. Me pregunto que se supone que le estaba mandando Moody.

—¡Lupin!

Mi turno. Suspiré nerviosa. Me adelanté hasta el centro del aula, en el espacio despejado de mesas. Moody levantó su varita, me apuntó con ella y dijo:

—¡Imperio!

Era una sensación maravillosa. Se sentía como flotando sin preocupaciones, no dejándome otra cosa que una felicidad vaga que no sabía de dónde procedía. Me quede allí, inmensamente relajada, apenas consciente de que todos me miraban. Y luego oí la voz de Moody, retumbando en alguna remota región de mi vacío cerebro: Rueda por el suelo... Rueda por el suelo...

«¿Qué?»

Rueda por el suelo...

«No pienso rodar por el suelo.»

HOPE: LABERINTOS Y TORNEOS. (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora